Cuando la tía de Luisa nos habló de una fiesta a la que estaban invitados los Beatles, Luisa empezó a soñar en enamorar a cualquiera de los cuatro, no importaba a cuál. Yo fui porque su madre, mi patrona, me ordenó que la acompañara, pero la cosa fue como en el cuento de la Cenicienta.
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Cuando la tía de Luisa nos habló de una fiesta a la que estaban invitados los Beatles, Luisa empezó a soñar en enamorar a cualquiera de los cuatro, no importaba a cuál. Yo fui porque su madre, mi patrona, me ordenó que la acompañara, pero la cosa fue como en el cuento de la Cenicienta.
Aurelia recordó que en la fiesta, donde usaba ropa prestada que me quedaba un tanto grande, todos hablaban inglés y no entendía una palabra. Eso, más una copa que tomé por error, hizo que me sintiera perdida y no sé cómo me quedé conversando con un muchacho que hablaba tan mal castellano que apenas si se le entendía.
Porque sabía que lo hacía bien, le empecé a relatar las canciones de los Beatles, y se asombró de poder escuchar las melodías de sólo atender a mis palabras. Me pedía más y más y lo hice, y de pronto noté el peso de las miradas sobre nosotros, incluyendo la de Luisa. Lo que sentí era el poderoso peso de la envidia.
Juan, que ese era su nombre, me invitó a pasear al otro día y al llegar a la casa de la tía de Luisa lo comprendí. ¿No te das cuenta quién es?, me preguntaron y ya en la pregunta debía estar guardada la respuesta. Esa misma noche Luisa, muy enojada, se fue a dormir sin saludarme, y creo que fue la primera vez que no escuchó a los Beatles antes de dormirse.
Yo pensaba que debía haber un error, usted me ve, Blanca, y se imagina que en esos años mis rasgos morenos no hacían mucho para que creyera ser la elegida de John Lennon, pero las razones me vinieron con los años y no de su boca sino por las noticias.
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