Aurelia le contaba a Blanca que se volvió beatlemaníaca como parte de su trabajo. Luisa, la señorita de la casa, era fanática de los Beatles y escuchar con ella esas canciones era para mí una forma de escaparme del tedio de la jornada laboral.
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Aurelia le contaba a Blanca que se volvió beatlemaníaca como parte de su trabajo. Luisa, la señorita de la casa, era fanática de los Beatles y escuchar con ella esas canciones era para mí una forma de escaparme del tedio de la jornada laboral.
Pasábamos las tardes una y otra vez con los mismos longplays, desmenuzando las canciones como si fueran platos de comida en nuestros paladares, hasta que me llegó la oportunidad de tener que hacer referencia a alguna de ellas. Mi inglés es pésimo y lo era más entonces, los títulos me salían sólo para que Luisa se riera y tuve que describir las melodías.
Eso lo hacía con tanta precisión que ella reconocía a cuál me estaba refiriendo, y levantaba el brazo de la púa para que cayera en la pista negra del disco que giraba. Y todo pudo haber seguido siendo ese precario paraíso de las tardes en su habitación, después de haber limpiado cada rincón de la casa, pero siempre hay una serpiente que nos señala que el Edén no es para siempre. Lo supe cuando escuché, tras una puerta, que Luisa discutía acaloradamente con sus padres. No llegué a entender bien por qué peleaban, pero tenía algo que ver con los Beatles.
Después, Luisa abrió la puerta y corrió llorando hacia su habitación, entonces la casa fue presa de un silencio largo que duró hasta el otro día. A la mañana, mientras lavaba las cosas de la cena, la patrona me llamó para conversar con ella, y pensé que me acusarían de algo de lo que aún no llegaba a comprender, pero que tenía que ver con el cuarteto de Liverpool.