Con una puntualidad poco común para la zona, los ramos de albahaca aparecen en los puestos del mercado. En la fila de los clientes, el comentario es casi obligatorio. Aunque no se los vea, su sólo perfume alienta a decir algo sobre el Carnaval que ya nos pisa los talones.
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Con una puntualidad poco común para la zona, los ramos de albahaca aparecen en los puestos del mercado. En la fila de los clientes, el comentario es casi obligatorio. Aunque no se los vea, su sólo perfume alienta a decir algo sobre el Carnaval que ya nos pisa los talones.
La albahaca descree de los grandes anuncios, y es como el son de las trompetas, que con el tiempo fue desplazando al de las anatas, cuyos aires hacen que el cuerpo solo se vaya moviendo, que se llegue a la memoria la diablura de algún año atrás, acaso de mozos, que amuche las ganas de salir tras la bandera y los disfrazados.
Entre un manojo de puerro, junto a los zapallitos, más allá de la lechuga, la albahaca y nosotros sabemos que no se trata sólo del aroma de un pesto, del sabor que se le yapa a una carne, sino que se suma a una espera que ya se cuenta por días, por horas. Las chacras están prontas, hay harto choclo en el mercado, y es tiempo de derramar alegría.
La albahaca y nosotros sabemos que no se trata sólo de salir a divertirse. El Carnaval, caiga cuando la luna quiera, es el modo que tiene nuestra gente de agradecerle a la Tierra lo tanto que nos vuelve a dar, y al colocar un ramo perfumado tras la oreja, al empolvar un rostro, más que una travesura hay un deseo que augura un año nuevo y alegre.