TILCARA (corresponsal) Desde aquellos años nuevos en que los maimareños y sus amigos se juntaban para enflorar los mojones carnavaleros, a veces clavando las colillas en las espinas de un cardón, brindando con la apacheta y bailando hasta que ya sea el 2 de enero, la costumbre de acercarse a Maimará para iniciar el año fue creciendo, sumando voluntades alegres y difundiéndose entre comprovincianos y turistas.
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TILCARA (corresponsal) Desde aquellos años nuevos en que los maimareños y sus amigos se juntaban para enflorar los mojones carnavaleros, a veces clavando las colillas en las espinas de un cardón, brindando con la apacheta y bailando hasta que ya sea el 2 de enero, la costumbre de acercarse a Maimará para iniciar el año fue creciendo, sumando voluntades alegres y difundiéndose entre comprovincianos y turistas.
Lo cierto es que miles de personas se acercaron este 1° de Enero a escuchar por primera vez, en lo que va del nuevo ciclo, las trompetas que alegrarán los Carnavales y las más tradicionales bandas de anateros, presionar los aerosoles de las espumas iniciales, brindar con amigos y con desconocidos y augurarse, en este caso, un buen 2018.
Mayor pero no excluyentemente llenas de jóvenes, las calles se transformaron en pistas de baile y los baúles de los autos, tantas veces, en barras de bares, y como aquella Cenicienta que tiene hasta medianoche para bailar en el palacio, ya entrado el segundo día del año, aunque sea laborable, se verán mutadas sus veredas normalmente cargadas de silencio pueblerino. Al menos hasta la fiesta de la Candelaria, y con más fuerza desde el Jueves de Comadres, pocos creerán que Maimará fue como esta tarde del 1°.
Cada comparsa o agrupación con su estilo fuimos pasando por la alegría de los bronces de los Ácidos, por el escenario festivalero de los Casatchock, por la pista de baile con aire de kermese de Avenida de Mayo y la estatua del diablito, con la tribuna sobre la ruta 9, para la alegría de Los Runkankos.
Conforme fue cayendo el día, el hermoso sol que auguró un buen año se fue nublando, las muchachas se pusieron el buzo que llevaban atado a la cintura, ya con las sonrisas entalcadas, y el ritmo de los cuerpos fue una ofrenda que festeja y propone felicidad para el transcurso de los otros meses, los que se irán entramando en las callejas de la vida cotidiana.