Muchacha, te queda un largo camino
La marcha "Ni una menos" volvió a conmover a una sociedad en la que la violencia de género es un mal endémico y que promete seguir haciendo daño porque, más allá de los discursos y las intenciones, todo lo que se pretenda hacer para ponerle freno choca con el más difícil de los obstáculos, la cultura machista y autoritaria.No se trata solamente de mentalidades conservadoras. Muchas personas, hombres y mujeres, de todos los partidos, incluidos los autodenominados progresistas, tratan de sacar rédito político con chicanas y especulaciones, sin asumir la cuestión de fondo, que es el sometimiento, la humillación y la vulnerabilidad de muchísimas mujeres, y de sus familias, frente a la prepotencia de quien se siente dueño y señor de las vidas ajenas.
La tarea es muy difícil, porque el enemigo está agazapado en los prejuicios y las costumbres.
Las reacciones desproporcionadas por una fotografía de la diputada Victoria Donda mientras hablaba con otro legislador en el Congreso muestran hasta dónde, en el inconsciente colectivo, la imagen de la mujer sigue siendo la de un objeto sexual.
Lo mismo podría decirse del impacto que provocan las fotos y videos eróticos cuando se filtran a través de los celulares en el seno de una sociedad que se supone evolucionada y con esas cuestiones saldadas.
El compromiso institucional del Instituto Jurídico de Género del Colegio de Abogados y del Observatorio de la Violencia contra la Mujer, en Salta, sumado a numerosas organizaciones feministas no estatales y a las oficinas específicas dedicadas a la problemática de la mujer en el sector público y en el privado constituyen un avance, pero en un camino largo y tortuoso.
La violencia de género -nacida del machismo- ocurre en la intimidad del hogar y el primer desafío que debe afrontar cualquier organismo o institución que trate de transformar esa realidad es el de generar confianza.
Esa confianza va a nacer de las propias acciones de las entidades, abriendo las puertas a las víctimas. La concepción machista, cultivada incluso por personas incapaces de ejercer la violencia, es alimentada también por figuras públicas que politizan todo y colocan a esas organizaciones en el medio de batallas especulativas de las que deberían quedar al margen, por el bien de las mujeres y niñas golpeadas.
El desamparo de las víctimas de la violencia de género nace de una realidad cultural profunda.
La relativización de las conductas violentas, la culpabilización de la víctima, la frivolización de la tarea de las instituciones y la resignada indiferencia son parte de esa cultura; del mismo modo, la incapacidad de entender el temor de quienes padecen la violencia que las inhibe de hacer la denuncia; no solo el temor a nuevas agresiones del violento, sino a la falta de respuestas de un sistema jurídico poco dispuesto a escucharlas.
Es imprescindible que las organizaciones sociales y religiosas, las dirigencias, la Justicia, la escuela y los medios asuman este compromiso, porque tienen que ver, directamente, con la vida humana, con el derecho de las mujeres a vivir en paz, y de los hijos a crecer en un ambiente de armonía. Frente a esto, no debería haber dogmatismos ni especulaciones que pongan obstáculos a la construcción de una sociedad mejor, más digna, y más humana.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla
Muchacha, te queda un largo camino
La marcha "Ni una menos" volvió a conmover a una sociedad en la que la violencia de género es un mal endémico y que promete seguir haciendo daño porque, más allá de los discursos y las intenciones, todo lo que se pretenda hacer para ponerle freno choca con el más difícil de los obstáculos, la cultura machista y autoritaria.No se trata solamente de mentalidades conservadoras. Muchas personas, hombres y mujeres, de todos los partidos, incluidos los autodenominados progresistas, tratan de sacar rédito político con chicanas y especulaciones, sin asumir la cuestión de fondo, que es el sometimiento, la humillación y la vulnerabilidad de muchísimas mujeres, y de sus familias, frente a la prepotencia de quien se siente dueño y señor de las vidas ajenas.
La tarea es muy difícil, porque el enemigo está agazapado en los prejuicios y las costumbres.
Las reacciones desproporcionadas por una fotografía de la diputada Victoria Donda mientras hablaba con otro legislador en el Congreso muestran hasta dónde, en el inconsciente colectivo, la imagen de la mujer sigue siendo la de un objeto sexual.
Lo mismo podría decirse del impacto que provocan las fotos y videos eróticos cuando se filtran a través de los celulares en el seno de una sociedad que se supone evolucionada y con esas cuestiones saldadas.
El compromiso institucional del Instituto Jurídico de Género del Colegio de Abogados y del Observatorio de la Violencia contra la Mujer, en Salta, sumado a numerosas organizaciones feministas no estatales y a las oficinas específicas dedicadas a la problemática de la mujer en el sector público y en el privado constituyen un avance, pero en un camino largo y tortuoso.
La violencia de género -nacida del machismo- ocurre en la intimidad del hogar y el primer desafío que debe afrontar cualquier organismo o institución que trate de transformar esa realidad es el de generar confianza.
Esa confianza va a nacer de las propias acciones de las entidades, abriendo las puertas a las víctimas. La concepción machista, cultivada incluso por personas incapaces de ejercer la violencia, es alimentada también por figuras públicas que politizan todo y colocan a esas organizaciones en el medio de batallas especulativas de las que deberían quedar al margen, por el bien de las mujeres y niñas golpeadas.
El desamparo de las víctimas de la violencia de género nace de una realidad cultural profunda.
La relativización de las conductas violentas, la culpabilización de la víctima, la frivolización de la tarea de las instituciones y la resignada indiferencia son parte de esa cultura; del mismo modo, la incapacidad de entender el temor de quienes padecen la violencia que las inhibe de hacer la denuncia; no solo el temor a nuevas agresiones del violento, sino a la falta de respuestas de un sistema jurídico poco dispuesto a escucharlas.
Es imprescindible que las organizaciones sociales y religiosas, las dirigencias, la Justicia, la escuela y los medios asuman este compromiso, porque tienen que ver, directamente, con la vida humana, con el derecho de las mujeres a vivir en paz, y de los hijos a crecer en un ambiente de armonía. Frente a esto, no debería haber dogmatismos ni especulaciones que pongan obstáculos a la construcción de una sociedad mejor, más digna, y más humana.
PUBLICIDAD