27 de Junio,  Jujuy, Argentina
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La Argentina perdió la brújula con los cambios | Copa América, Paraguay, Selección argentina, Ramón Díaz

Lunes, 15 de junio de 2015 00:00
EL TATA MARTINO / NO FUE CERTERO CON LOS CAMBIOS Y SE LO EMPATARON EN EL FINAL. 
Hasta donde sabemos el empate con Paraguay fue muchas cosas pero nada parecido al apocalipsis, ni siquiera parecido al preludio del apocalipsis, pero bajar los decibeles y poner el partido en un contexto más amplio tampoco supone el ahorro de la pregunta del millón: ¿por qué será que a los seleccionadores argentinos les cuesta tanto administrar la riqueza?
De lo que pudo haber sido y no fue más vale salir cuanto antes: "era 4-0 y fue 2-2", observó el propio entrenador adversario, Ramón Díaz.
En el plantel argentino, ayer no trabajaron los que jugaron ante Paraguay. Si lo hizo el resto de los jugadores. En el plantel argentino, ayer no trabajaron los que jugaron ante Paraguay. Si lo hizo el resto de los jugadores.
Y, sí, pudo haber sido 4-0 o 4-1 o 3-0 o 3-1 y por qué no 2-3, si Paraguay empataba antes y tenía más tiempo para profundizar el descalabro de un equipo que había perdido el control, la pelota, el medio campo, las marcas, el tono emocional y la brújula: que no sabía si estaba jugando en La Serena o en Stalingrado.
Cabe, pues, correr el oscuro velo del condicional y abocarse al trazo grueso de lo que en efecto pasó en la cancha y pasará a la historia como una realidad inmodificable.
Gran primer tiempo
La Selección Argentina jugó un gran tiempo, expresado en un dominio territorial abrumador, intensidad, soltura, precisión en el manejo de la pelota y una profundidad que no debería ser mancillada por el hecho de que el primer gol haya derivado de un grosero error de un defensor guaraní y el segundo de un inexistente foul penal sancionado por el árbitro colombiano.
Claro que una vez subrayados los méritos de la Selección se volvería erróneo desconocer que en el lapso de marea alta dispuso de la manifiesta complicidad de un rival subordinado a su condición de partenaire, refugiado en su campo, cuando no en su área, apichonado y mustio.
Así, planteado el escenario, hasta los esquimales de Groenlandia descontaban que el riojano Díaz movería algunas piezas y su equipo se adelantaría diez/veinte metros en la cancha, que presionaría más, que combatiría más, que en el peor de loa casos intentaría estar a la altura de una regla de oro de su tradición: caer sin retacear ni una gota de sudor.
Los cambios
Bien, ¿cómo respondió Martino a todo eso que estaba más cantado que La Cumparsita?
Intentó perpetuar el romance con un partido que ya había terminado (el de un dominio confortable), despreció las señales que daban Paraguay, Argentina, el resultado, la sensación térmica del juego, hizo cambios simpáticos, por no decir tribuneros (Higuaín allá, lejos de todo; Tevez acá, en una posición indescifrable) y el 2-2 lo sorprendió en la insólita espera de que alguna de sus varias estrellas salvara la ropa.
Con el debido respeto, Martino: negarse a operar en la realidad y de dotar de herramientas a los jugadores, al conjunto, a ese todo que es un equipo, y encender velas para Messi o el crack que sea se haga cargo de las respuestas y del resultado, eso puede hacerlo usted, cualquier otro entrenador, el autor de estas líneas o el cajero de un banco.
Sin suerte
En el fútbol hay una dosis de azar, admitido, pero una de las tareas ineludibles de un entrenador radica en reducir el azar al máximo posible, que es lo que en Martino brilló por su ausencia, sea por ceguera temporaria, sea por pereza, sea por vaya a saber qué insondable sortilegio.
Aún hay tiempo
La buena noticia de la mala noticia es que sucedió en el primer partido, cuando hay tiempo de sobra para desandar el camino y avanzar en la cursada hacia un examen que hace un buen tiempo que a los seleccionadores argentinos los llena de dolores de cabeza: propiciar que los futbolistas estelares redunden en un equipo estelar.
El equipo de Martino tiene ahora una parada muy difícil ante los tradicionales rivales de la otra orilla.

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Hasta donde sabemos el empate con Paraguay fue muchas cosas pero nada parecido al apocalipsis, ni siquiera parecido al preludio del apocalipsis, pero bajar los decibeles y poner el partido en un contexto más amplio tampoco supone el ahorro de la pregunta del millón: ¿por qué será que a los seleccionadores argentinos les cuesta tanto administrar la riqueza?
De lo que pudo haber sido y no fue más vale salir cuanto antes: "era 4-0 y fue 2-2", observó el propio entrenador adversario, Ramón Díaz.
En el plantel argentino, ayer no trabajaron los que jugaron ante Paraguay. Si lo hizo el resto de los jugadores. En el plantel argentino, ayer no trabajaron los que jugaron ante Paraguay. Si lo hizo el resto de los jugadores.
Y, sí, pudo haber sido 4-0 o 4-1 o 3-0 o 3-1 y por qué no 2-3, si Paraguay empataba antes y tenía más tiempo para profundizar el descalabro de un equipo que había perdido el control, la pelota, el medio campo, las marcas, el tono emocional y la brújula: que no sabía si estaba jugando en La Serena o en Stalingrado.
Cabe, pues, correr el oscuro velo del condicional y abocarse al trazo grueso de lo que en efecto pasó en la cancha y pasará a la historia como una realidad inmodificable.
Gran primer tiempo
La Selección Argentina jugó un gran tiempo, expresado en un dominio territorial abrumador, intensidad, soltura, precisión en el manejo de la pelota y una profundidad que no debería ser mancillada por el hecho de que el primer gol haya derivado de un grosero error de un defensor guaraní y el segundo de un inexistente foul penal sancionado por el árbitro colombiano.
Claro que una vez subrayados los méritos de la Selección se volvería erróneo desconocer que en el lapso de marea alta dispuso de la manifiesta complicidad de un rival subordinado a su condición de partenaire, refugiado en su campo, cuando no en su área, apichonado y mustio.
Así, planteado el escenario, hasta los esquimales de Groenlandia descontaban que el riojano Díaz movería algunas piezas y su equipo se adelantaría diez/veinte metros en la cancha, que presionaría más, que combatiría más, que en el peor de loa casos intentaría estar a la altura de una regla de oro de su tradición: caer sin retacear ni una gota de sudor.
Los cambios
Bien, ¿cómo respondió Martino a todo eso que estaba más cantado que La Cumparsita?
Intentó perpetuar el romance con un partido que ya había terminado (el de un dominio confortable), despreció las señales que daban Paraguay, Argentina, el resultado, la sensación térmica del juego, hizo cambios simpáticos, por no decir tribuneros (Higuaín allá, lejos de todo; Tevez acá, en una posición indescifrable) y el 2-2 lo sorprendió en la insólita espera de que alguna de sus varias estrellas salvara la ropa.
Con el debido respeto, Martino: negarse a operar en la realidad y de dotar de herramientas a los jugadores, al conjunto, a ese todo que es un equipo, y encender velas para Messi o el crack que sea se haga cargo de las respuestas y del resultado, eso puede hacerlo usted, cualquier otro entrenador, el autor de estas líneas o el cajero de un banco.
Sin suerte
En el fútbol hay una dosis de azar, admitido, pero una de las tareas ineludibles de un entrenador radica en reducir el azar al máximo posible, que es lo que en Martino brilló por su ausencia, sea por ceguera temporaria, sea por pereza, sea por vaya a saber qué insondable sortilegio.
Aún hay tiempo
La buena noticia de la mala noticia es que sucedió en el primer partido, cuando hay tiempo de sobra para desandar el camino y avanzar en la cursada hacia un examen que hace un buen tiempo que a los seleccionadores argentinos los llena de dolores de cabeza: propiciar que los futbolistas estelares redunden en un equipo estelar.
El equipo de Martino tiene ahora una parada muy difícil ante los tradicionales rivales de la otra orilla.

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