La hospitalidad no tiene fronteras, y los límites sólo son líneas dibujadas en los mapas, afirma Esteban Mazzoncini, un argentino que dedica su vida a viajar por el mundo y que no se cansa de repetir que se ha emocionado por igual en sitios tan diferentes como Haití, Irán, Uganda o Ecuador, algunos de los países recorridos durante más de 20 años de haberse echado a rodar por los caminos del planeta.
"Desde los 6 años, cuando vi por primera vez las pirámides, supe que quería viajar. A los 21 me largué y llegué a El Cairo. Lo que nunca imaginé es que terminaría jugando al fútbol con egipcios a los pies de las pirámides", explica Mazzoncini desde Camboya.
Este fotógrafo, que no ha perdido su "capacidad de asombro", afirma que "durante la secundaria, cuando estudiaba geografía, me daba cuenta que quería estar en cada pueblo, río, desierto, lago o montaña que veía en los mapas y conocer ciudades como Atenas, Kabul, Cartagena de Indias, Bagán o Samarcanda. Así que me propuse salir a conocer el mundo ni bien juntara un poco de dinero".
Mazzoncini cuenta qué lo sostiene en el camino: "Vivir el presente, ser consciente de que cada día es único y nunca perder la capacidad de asombro. Le escapo a la comodidad de lo cotidiano para ir en busca de nuevos desafíos y eso es lo que me impulsa a seguir viajando". "Soy donde estoy", dice considerando lo infinito de sus sensaciones y experiencias, que los transforman de un modo constante.
"A veces son pequeños gestos, pero la hospitalidad no distingue fronteras. En 2013 recorrí a pie los pueblos que rodean a la laguna de Quilotoa, en Ecuador. Fue en esa zona de montaña donde un nene de no más de 9 años corrió a mi lado, sonrió y me dio una bolsa con naranjas al darse cuenta de mi cansancio", recuerda entre sus experiencias de fina sensibilidad. Al respecto, observó que "en distintos puntos del planeta los chicos juegan a lo mismo, actúan o sienten de la misma manera y disfrutan por igual. Hace poco, en Myanmar, veía a unos chicos en una escuela jugando descalzos en el pasto a lo que en Argentina llamamos 'el quemado', pero la situación de disfrute era exactamente igual", asevera.
El otro tema destacado en la vida de las personas es la religión, cuya formas de interpretación son capaces de mover al mundo hacia sus límites más violentos.
Para quienes estén interesados en releer sobre sus rutas y las próximas, Esteban refleja sus viajes en www.unviajerocurioso.com, un blog en el que da testimonio de sus experiencias por los "caminos de la madre tierra".
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La hospitalidad no tiene fronteras, y los límites sólo son líneas dibujadas en los mapas, afirma Esteban Mazzoncini, un argentino que dedica su vida a viajar por el mundo y que no se cansa de repetir que se ha emocionado por igual en sitios tan diferentes como Haití, Irán, Uganda o Ecuador, algunos de los países recorridos durante más de 20 años de haberse echado a rodar por los caminos del planeta.
"Desde los 6 años, cuando vi por primera vez las pirámides, supe que quería viajar. A los 21 me largué y llegué a El Cairo. Lo que nunca imaginé es que terminaría jugando al fútbol con egipcios a los pies de las pirámides", explica Mazzoncini desde Camboya.
Este fotógrafo, que no ha perdido su "capacidad de asombro", afirma que "durante la secundaria, cuando estudiaba geografía, me daba cuenta que quería estar en cada pueblo, río, desierto, lago o montaña que veía en los mapas y conocer ciudades como Atenas, Kabul, Cartagena de Indias, Bagán o Samarcanda. Así que me propuse salir a conocer el mundo ni bien juntara un poco de dinero".
Mazzoncini cuenta qué lo sostiene en el camino: "Vivir el presente, ser consciente de que cada día es único y nunca perder la capacidad de asombro. Le escapo a la comodidad de lo cotidiano para ir en busca de nuevos desafíos y eso es lo que me impulsa a seguir viajando". "Soy donde estoy", dice considerando lo infinito de sus sensaciones y experiencias, que los transforman de un modo constante.
"A veces son pequeños gestos, pero la hospitalidad no distingue fronteras. En 2013 recorrí a pie los pueblos que rodean a la laguna de Quilotoa, en Ecuador. Fue en esa zona de montaña donde un nene de no más de 9 años corrió a mi lado, sonrió y me dio una bolsa con naranjas al darse cuenta de mi cansancio", recuerda entre sus experiencias de fina sensibilidad. Al respecto, observó que "en distintos puntos del planeta los chicos juegan a lo mismo, actúan o sienten de la misma manera y disfrutan por igual. Hace poco, en Myanmar, veía a unos chicos en una escuela jugando descalzos en el pasto a lo que en Argentina llamamos 'el quemado', pero la situación de disfrute era exactamente igual", asevera.
El otro tema destacado en la vida de las personas es la religión, cuya formas de interpretación son capaces de mover al mundo hacia sus límites más violentos.
Para quienes estén interesados en releer sobre sus rutas y las próximas, Esteban refleja sus viajes en www.unviajerocurioso.com, un blog en el que da testimonio de sus experiencias por los "caminos de la madre tierra".
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