TILCARA (Corresponsal). En 1927 José Armanini publica sus Relatos Jujeños, donde cuenta que "llegan a la cumbre del cerro, todos rodean una apacheta milenaria. Los charangos resuenan con mayor frenesí en el postrer huainito que comienzan a bailar en la superficie ripiosa. Una cholita de tez tostada y facciones bellas cuyos ojos dormidos denotan el cansancio y los efectos del brebaje de la larga parranda, hace resaltar su voz”. Ella canta que "pasar el río quisiera/ sin que me sienta la arena/ ponerle grillos al diablo/ y a la muerte la cadena", bellísimos versos tras los que sigue Armanini en su libro diciendo que "se adelantan dos o tres de los circunstantes que han acudido con picos y palas, y proceden a excavar una fosa de prudenciales dimensiones". Cuando el pozo "llegó a cierta profundidad", escribió, "los cacharpayas ordenaron que cesara el trabajo y, despojándose de sus absurdos disfraces, las casacas de plumas, los casquetes de cartón fabricados por ellos mismos, hacen todo un envoltorio, lo depositan en el fondo obscuro de la fosa juntamente con la alforja de coca y pan, como si tratara del cadáver de un ser humano
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TILCARA (Corresponsal). En 1927 José Armanini publica sus Relatos Jujeños, donde cuenta que "llegan a la cumbre del cerro, todos rodean una apacheta milenaria. Los charangos resuenan con mayor frenesí en el postrer huainito que comienzan a bailar en la superficie ripiosa. Una cholita de tez tostada y facciones bellas cuyos ojos dormidos denotan el cansancio y los efectos del brebaje de la larga parranda, hace resaltar su voz”. Ella canta que "pasar el río quisiera/ sin que me sienta la arena/ ponerle grillos al diablo/ y a la muerte la cadena", bellísimos versos tras los que sigue Armanini en su libro diciendo que "se adelantan dos o tres de los circunstantes que han acudido con picos y palas, y proceden a excavar una fosa de prudenciales dimensiones". Cuando el pozo "llegó a cierta profundidad", escribió, "los cacharpayas ordenaron que cesara el trabajo y, despojándose de sus absurdos disfraces, las casacas de plumas, los casquetes de cartón fabricados por ellos mismos, hacen todo un envoltorio, lo depositan en el fondo obscuro de la fosa juntamente con la alforja de coca y pan, como si tratara del cadáver de un ser humano
Entonces, sigue el autor que "los rituales van adquiriendo más solemnidad en el natural escenario abrupto a medida que se efectúan. Algunos hombres se acercan sigilosamente tamborileando sus cajas y, como si el pasar por delante de la fosa fuera el corte definitivo de las fiestas de carnaval, depositan en ella la prenda musical que les dispensó tanta felicidad”. "Dada la sepultura de práctica, la caravana se cierra en masa alrededor de la apacheta impasible y de los cacharpayas tristes que ahora ostentan tan sólo la enharmonía de los colorinches que se han aplicado en el rostro como complemento del disfraz original y, siguiendo las modulaciones del ronco alarido de un erquencho, entonan en coro, por última vez, el repertorio íntegro de las coplas de ocasión que habían repetido mil veces en el transcurso de los días agrestes", relata José Armanini.
Muchos años después, quien luciera el disfraz de gaucho del carnaval humahuaqueño, don Silverio Zamboni, supo contarnos que "el Domingo de Tentación el diablo juntaba la sarta que era una ofrenda que se llevaba para subsistencia de un año. Se proveía a la mañana temprano de un alambre de esos de enfardar, y recorría las calles llorando: ya se termina el carnaval, chincheando llorar, ¿no?, y pidiendo cosas para llevar, sobre todo fruta y a veces flores”. En esa entrevista, que ofreciera para un trabajo de rescate de la memoria del carnaval para la Diablada de Humahuaca y el Taller de Historia Oral de Talleres Libres de Artes y Artesanías, siguió diciendo que "el día domingo los diablos tenían un asado, ya como despedida, y a partir de las seis de la tarde ya no podían sacar parejas a bailar, ya bailaban los diablos e iban brincando adelante, llorando, porque ya se termina el Carnaval, y se van despidiendo de la gente que siempre está a un costado de las calles, en las esquinas, viendo el paso de una comparsa”. Y recordó que "los diablos venían cantando: De aquel cerro negro/ bajan mis ovejas,/ unas tresquiladas/ y otras sin orejas./ Ay vidita por el Carnaval./ Carnaval alegre/ dicen que te vas/ ¿cómo no te quedas/ quince días más? Todo eso se cantaba", nos dijo, "y los diablos iban llorando de verdad, no que se hacían de llorar."
Candelaria Cari recordó para el mismo trabajo de rescate que "los diablos ya vienen llorando porque ellos van y entierran todo lo que han recogido en la sarta. Ha sido una tradición. Iban a las verdulerías, iban al almacén y les pedían algo para enganchar, unas verduras, un pedacito de asadito. Todo eso iba en la sarta porque la tradición es que el diablo junte la comida para el entierro, y hay que sacarse todo el talco en el pozo, dejarlo todo ahí”. Ya limpios, sin más blanco que el de las canas, el Carnaval termina hasta el año entrante y no falta el cuento de los abuelos que describe las desgracias de aquel que no se limpió todo el enflorado carnavalero después de terminada la fiesta.