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25 de Junio,  Jujuy, Argentina
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La Fénix Jazz Band cerró brillantemente la temporada 2015

Viernes, 09 de octubre de 2015 01:30
COSMOPOLITISMO URBANO / UN CONCIERTO ESPECIAL EN SAN SALVADOR DE JUJUY EL MARTES PASADO.
La música teje una red de referencias, muy cercanas a los sentimientos, que sin embargo los clásicos suelen relajar. El jazz de la Fénix Jazz Band, que debiera hacerme pensar en algo así como Nueva Orleans, en cambio me remite a Buenos Aires acaso por ese cosmopolitismo tan urbano o porque alguna otra vez supe escucharlos bajando de la mano de mi viejo al sótano del Café Tortoni.
Esta vez es en la sala de nuestro teatro Mitre, al cierre de la temporada del Mozarteum. Desde el palco destinado a la prensa vimos llenarse las butacas con tantos de los abonados a esta función didáctica y placentera de difundir la música llamada clásica, donde acaso ya nadie se sorprenda que se incluya el jazz, una creación que aún alza orgullosa su origen popular.
El de la Fénix Jazz Band corresponde al momento en que las composiciones del pueblo afroamericano eran retomadas por músico de escenario y, muchos, de academia que amaban la bohemia.
Es lo que al tango fuera Gardel, lo que al folclore fuera Chazarreta, un momento en el que la música de las esquinas y de los sitios turbios se extendía hacia otros públicos para volverse universal con el reinado del cine mudo.
Cuando nació la Fénix Jazz Band en Buenos Aires, Argentina, ya el hot jazz, el jazz tradicional era música de culto.
La Fénix comenzó a ejercerlo hace cuarenta años, casi la mitad del tiempo que tiene la totalidad del jazz.
Sin embargo, cuando esta formación de vientos, piano, banjo y batería comenzó su rumbo, ya no se entendía por jazz sólo aquella continuación de blues, spiritual y ragtime sino y mucho más. Cuando nació la Fénix, ya el hot jazz, el jazz tradicional era música de culto.
Carlos Caiati, Ricardo Alem, Hugo Sampedro, Ezequiel Palleja, Guillermo Riporatella, Héctor García y Norberto Méndez lo hacen con excelencia y con alegría. Cuarenta años compartiendo el escenario les dan, sin duda, una comodidad que extiende su confort al público, en esos sones que, ya naturalmente, mueven a la sonrisa porque una de las características de su jazz es, también, el humor.
No un humor de chistes sino un humor musical.
Los vientos alzados en tres melodías distintas, el juego con el tema principal, los solos, los lucimientos de cada uno, el swing y la altísima calidad instrumental tanto individual como colectivamente, aportando a la función universal y difusora del Mozarteum desde un clasicismo indudable.
Escuchado en Jujuy, donde además las trompetas, saxos y redobles bajan del altiplano nacidas de las mismas escuelas de milicias, donde ya no lo negro sino lo indígena comenzó en la fiesta para invadir lo académico, y donde en tantos aspectos se siguen rastros similares, el jazz de la Fénix, aunque pareciera lejano, también suena familiar.

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La música teje una red de referencias, muy cercanas a los sentimientos, que sin embargo los clásicos suelen relajar. El jazz de la Fénix Jazz Band, que debiera hacerme pensar en algo así como Nueva Orleans, en cambio me remite a Buenos Aires acaso por ese cosmopolitismo tan urbano o porque alguna otra vez supe escucharlos bajando de la mano de mi viejo al sótano del Café Tortoni.
Esta vez es en la sala de nuestro teatro Mitre, al cierre de la temporada del Mozarteum. Desde el palco destinado a la prensa vimos llenarse las butacas con tantos de los abonados a esta función didáctica y placentera de difundir la música llamada clásica, donde acaso ya nadie se sorprenda que se incluya el jazz, una creación que aún alza orgullosa su origen popular.
El de la Fénix Jazz Band corresponde al momento en que las composiciones del pueblo afroamericano eran retomadas por músico de escenario y, muchos, de academia que amaban la bohemia.
Es lo que al tango fuera Gardel, lo que al folclore fuera Chazarreta, un momento en el que la música de las esquinas y de los sitios turbios se extendía hacia otros públicos para volverse universal con el reinado del cine mudo.
Cuando nació la Fénix Jazz Band en Buenos Aires, Argentina, ya el hot jazz, el jazz tradicional era música de culto.
La Fénix comenzó a ejercerlo hace cuarenta años, casi la mitad del tiempo que tiene la totalidad del jazz.
Sin embargo, cuando esta formación de vientos, piano, banjo y batería comenzó su rumbo, ya no se entendía por jazz sólo aquella continuación de blues, spiritual y ragtime sino y mucho más. Cuando nació la Fénix, ya el hot jazz, el jazz tradicional era música de culto.
Carlos Caiati, Ricardo Alem, Hugo Sampedro, Ezequiel Palleja, Guillermo Riporatella, Héctor García y Norberto Méndez lo hacen con excelencia y con alegría. Cuarenta años compartiendo el escenario les dan, sin duda, una comodidad que extiende su confort al público, en esos sones que, ya naturalmente, mueven a la sonrisa porque una de las características de su jazz es, también, el humor.
No un humor de chistes sino un humor musical.
Los vientos alzados en tres melodías distintas, el juego con el tema principal, los solos, los lucimientos de cada uno, el swing y la altísima calidad instrumental tanto individual como colectivamente, aportando a la función universal y difusora del Mozarteum desde un clasicismo indudable.
Escuchado en Jujuy, donde además las trompetas, saxos y redobles bajan del altiplano nacidas de las mismas escuelas de milicias, donde ya no lo negro sino lo indígena comenzó en la fiesta para invadir lo académico, y donde en tantos aspectos se siguen rastros similares, el jazz de la Fénix, aunque pareciera lejano, también suena familiar.

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