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10 de Septiembre,  Jujuy, Argentina
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Laberintos humanos. Sueño posible

Jueves, 24 de julio de 2014 00:00

Saber que un cuento es cierto es una manera de saber que todo lo que creímos en la infancia también lo fue, y cuando Humberto gritó que aquel brillo en la peña era la vertiente junto a la que podían descansar su paso de guerreros derrotados, para los hombres que acaudillaba doña Carmen la victoria sobre los realistas volvió a ser un sueño posible.

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Saber que un cuento es cierto es una manera de saber que todo lo que creímos en la infancia también lo fue, y cuando Humberto gritó que aquel brillo en la peña era la vertiente junto a la que podían descansar su paso de guerreros derrotados, para los hombres que acaudillaba doña Carmen la victoria sobre los realistas volvió a ser un sueño posible.

Doña Carmen se arremangó la falda de luto para mojar sus piernas en el agua clara y fresca, y Eleuterio se lavó la herida para volver a sonreír con su caricia. Tomasito, el hijo de la Donata, jugaba en el agua como si su infancia no creciera en medio de la guerra, y Leonor y Carlos se vieron reflejados juntos.

Doña Nazaria había dejado en la orilla la imagen de la Candelaria del Rebozo y no se preocupó de que su pollera se mojara y era como una niña en el agua de la vertiente, y Leopoldo volvió a creer que aún era posible toda la revolución por la que se había alistado en Mayo.

Y el agua fue como una extensión de la falda celeste de la Virgen, que era morena, y para todos ellos era morena como lo eran Donata y Leonor, por ser indias. Tenía el rostro de ellas, que no tuvieron otra alternativa que sumarse a la revolución porque algo debía ser distinto a la vida de la colonia que quedaba atrás.

Y era morena como el rostro de Tomasito, cuyo padre era coya de Tupiza, y como la piel de Eleuterio, que estaba cicatrizando su herida, pero para Carlos, que era español de nacimiento, la piel morena de la Virgen era la de las mujeres moriscas que conociera en su infancia.

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