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13 de Agosto,  Jujuy, Argentina
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Horacio Ferrer, poesía, calles y personajes de Buenos Aires

Domingo, 28 de diciembre de 2014 00:00
<p>HORACIO FERRER/ EL ARTISTA DE LOS VERSOS ARGENTINOS, POETA DEL TANGO FALLECIO ESTA SEMANA</p>

TILCARA (Corresponsal). Con una elegancia que lo destacaba del resto de la gente, con una flor en el ojal del traje y un andar y un decir al tono, con Horacio Ferrer se fue parte de ese Buenos Aires que se nutrió del tango con una poesía que nombraba sus calles y sus personajes, y que lo hizo con un estilo brillante.

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TILCARA (Corresponsal). Con una elegancia que lo destacaba del resto de la gente, con una flor en el ojal del traje y un andar y un decir al tono, con Horacio Ferrer se fue parte de ese Buenos Aires que se nutrió del tango con una poesía que nombraba sus calles y sus personajes, y que lo hizo con un estilo brillante.

Que sus mayores éxitos los firmara junto a Astor Piazzola nos habla, a la vez que de su buen gusto, de su apertura a un decirlo que tuvo que ver con una ciudad que se aceleraba con la segunda mitad del siglo XX. Una ciudad en la que la luna rodando por la calle fuera algo aceptable.

Sus poemas, cantados por Roberto Goyeneche o por Amelita Baltar, entre tantas otras voces, quedan en la memoria de ya varias generaciones. Murmullos como el de "quereme así piantao" o confesiones como "dame un ramo de voz así salgo a vender mis vergüenzas en flor", lo colocan en lo más alto y delicado del decir porteño.

Historiador del género, fundador de la Academia Nacional del Tango, sumó a su lírica un momento de romanticismo pincelado con aquello que heredaba del modernismo y lo tanto que buscó la poesía en las décadas del 50 y del 60, desde cuando el mundo ya fue otro. Como Piazzola, fue moderno y rupturista para volverse clásico.

Luego vendrán el Tata Cedrón cantando tangos con versos de Dylan Thomas, el regreso del bajo fondo en la voz cascada de Daniel Melingo, orquestas típicas que surgen como virtuosos trabajos de arqueología y cien otras flores en que se recrea un género que no se resignó a morir, pero lo de Horacio Ferrer, que nació en un Montevideo de la década del 30 para irse un 21 de diciembre, la misma fecha que nuestro poeta Germán Choquevilca, no envejece como no lo hacen jamás las grandes obras.

Su sonrisa pícara volverá a decirnos que "las callecitas de Buenos Aires tienen ese qué se yo, ¿viste?", y cuando el bandoneón entre valseando no nos resistiremos a recordarlo como a un tipo que fue delicado para vestir, para andar y para decir.

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