El camino de tierra no es malo aunque la lluvia, que pronto golpea el auto como granizo, hace pensar que no todo es fácil. Después de dejar atrás La Ciénaga, en el departamento de
Santa Catalina, bajamos hasta la capilla de Santiago de Pozuelos por una pampa que parece ignorar que estamos por sobre los 3500 metros sobre el nivel del mar. A la derecha, el espejo celeste del lago.
También a la derecha del camino hay una larga alambrada con postes de madera cada tantas decenas de metros. Sobre algunos de esos postes, aves de porte alto, pico curvo y mirada certera, de plumaje marrón hacia los hombros que se vuelve gris con vivos blancos hacia abajo y como una enagua en la cola y en las patas. Otean el campo de tolas esperando que se les asome la presa.
Cuando nos detenemos para fotografiarlo, se vuelve para mirarnos desafiante. No se amedrenta. Puede mirarnos sin miedo, volverse hacia occidente, desplegar las alas y partir con desprecio. No nos ignoró ni nos atacó, nos vio y nos despreció alardeando un vuelo que le admiramos tanto como la mirada. Luego se confundió con las tolas, pero faltó mucho porque su porte planeando lo tornó gigante.
El camino de tierra no es malo aunque la lluvia, que pronto golpea el auto como granizo, hace pensar que no todo es fácil. Después de dejar atrás La Ciénaga, en el departamento de
Santa Catalina, bajamos hasta la capilla de Santiago de Pozuelos por una pampa que parece ignorar que estamos por sobre los 3500 metros sobre el nivel del mar. A la derecha, el espejo celeste del lago.
También a la derecha del camino hay una larga alambrada con postes de madera cada tantas decenas de metros. Sobre algunos de esos postes, aves de porte alto, pico curvo y mirada certera, de plumaje marrón hacia los hombros que se vuelve gris con vivos blancos hacia abajo y como una enagua en la cola y en las patas. Otean el campo de tolas esperando que se les asome la presa.
Cuando nos detenemos para fotografiarlo, se vuelve para mirarnos desafiante. No se amedrenta. Puede mirarnos sin miedo, volverse hacia occidente, desplegar las alas y partir con desprecio. No nos ignoró ni nos atacó, nos vio y nos despreció alardeando un vuelo que le admiramos tanto como la mirada. Luego se confundió con las tolas, pero faltó mucho porque su porte planeando lo tornó gigante.