Y de ande sabe usted como brama la batalla, me peleó el peluquero que conocía mi pacífico curriculum. Harto libro ha leído Dubin como para saber del bramido del combate y muchas cosas más, me defendió el mayor de los abuelos sobredimensionando las ventajas de la lectura, cuando les dije que ese fue el día en que el cerro Cono pareció echarse al hombro el poncho y sacar la daga peleadora.
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Y de ande sabe usted como brama la batalla, me peleó el peluquero que conocía mi pacífico curriculum. Harto libro ha leído Dubin como para saber del bramido del combate y muchas cosas más, me defendió el mayor de los abuelos sobredimensionando las ventajas de la lectura, cuando les dije que ese fue el día en que el cerro Cono pareció echarse al hombro el poncho y sacar la daga peleadora.
Gaucho el cerro Cono, dijo el padrecito que no terminaba de entender si esto era broma, alucinación o cuento. ¿Pero la que se puso celosa no fue el seno del Morado cuando el cerro Cono le miraba la espalda echada al cerro Negro?, preguntó Isidoro Ducase con miedo de haberse perdido.
Eso fue lo que me dijo el borracho que se acababa de despertar debajo del árbol en que cantaba la calandria, les dije como si fuera un trabalenguas. Pero fue el cerro Cono el que sacó el cuchillo diciendo (y esto lo escuché bien clarito): ni usté ni nadies va a impedir que este cerro siga el mandato de su deseo.
¿Está seguro que el cerro dijo eso?, quiso asegurarse el padrecito mientras llamaba por celular a Ramón, el psicólogo del hospital. Tan seguro como que en ese momento ya el cerro Cono era negro, el cielo era color plomo y las nubes estaban pintadas de un gris ceniza.
La pucha, dijo el religioso dejando el teléfono sobre la mesa. Y en ese mismo momento, les dije, el cerro Negro levantaba su bella espalda desnuda, apenas si cubierta por la oscura cabellera del Perchel, y miró hacia el sur para ver cómo el seno del Morado se escondía en su escote de cerros.