Un día, Pepe despertó y sintió un vacío en el pecho. El despertador sonaba, las obligaciones apretaban, pero algo dentro suyo gritaba en silencio: "No quiero vivir así".
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Un día, Pepe despertó y sintió un vacío en el pecho. El despertador sonaba, las obligaciones apretaban, pero algo dentro suyo gritaba en silencio: "No quiero vivir así".
¿Te has descubierto alguna vez pensando: "¿Esto es todo?"?
¿Deseando que tus días tengan más sentido que solo sobrevivir de lunes a viernes?
¿Sintiendo que tu cuerpo va a trabajar, pero tu alma se queda en la cama?
No estás solo. No estás sola.
Y, aunque parezca un sueño lejano, otra forma de vivir, crear y prosperar es posible. La ciencia, la economía y el corazón humano ya nos están mostrando el camino.
Vamos a explorar este apasionante tema.
Si bien es cierto que en la actualidad el Día del Trabajador es un día que muchos esperamos para celebrar y descansar, también es una fecha que, en nuestras memorias profundas, trae consigo el dolor de lo injusto, la explotación, y las huellas de sobrevivencia y aguante.
El trabajo no debiera llamarse "trabajo", sino servicio o producción consciente.
Desde la lingüística sabemos que el lenguaje no es inocente. Quienes ejercen poder también lo hacen a través de las palabras, de las imágenes, de los discursos. No en vano se invierte una enorme cantidad de dinero en estudiar qué compra y qué teme el cerebro humano. Como decía Pierre Bourdieu (1991), "El poder simbólico es el poder de hacer ver y de hacer creer" (p. 170).
Vivimos en una sociedad que replica ciclos de violencia. De la misma forma que ocurre en relaciones de dependencia y miedo, también nosotros, como colectivo, hemos sido educados para obedecer palabras, aún cuando los hechos las contradicen.
Ninguna comunicación es más potente que la de los hechos. La verdadera política no está en los discursos; está en las acciones.
"Quien maneja tu miedo, maneja tu destino".
Pocos saben que trabajo proviene de "tripalium", una palabra latina que designaba un instrumento de tortura compuesto por tres maderos. En su origen, trabajar no era una actividad digna, sino un sinónimo de sufrimiento.
Tripalium (del latín "tri" = tres y "palus" = madero) refiere al dolor que acompañaba a los esclavos. Con el tiempo, el "tripalium" dio lugar al verbo "tripaliare" (torturar), que luego evolucionó en español como "trabajo" (Corominas, 1973).
Es por eso que propongo renombrarlo. No "trabajamos". Servimos.
Servir es una ley universal. Todo en la vida sirve al propósito de la existencia: el árbol, el viento, el agua, la abeja. Cada ser tiene algo que dar y algo que recibir. Todos tenemos un propósito.
Desde este lugar te invito a honrar a quienes nos precedieron, reconociendo también que arrastramos en nuestro inconsciente colectivo creencias de sufrimiento asociadas al "ganarse el pan".
Esta concepción tiene raíces en la tradición judeocristiana: "Con el sudor de tu rostro comerás el pan" (Génesis 3:19).
El "Paraíso perdido" simboliza también el útero materno, donde todo está dado. Tras la expulsión, se instala la narrativa de que hay que sufrir para merecer. Pero después de la muerte de Jesús, se abre un nuevo pacto. Como lo anuncia el profeta Oseas: "Porque misericordia quiero, y no sacrificios" (Oseas 6:6).
El mensaje del nuevo pacto es que ya somos libres. Que somos creadores. Que la imagen y semejanza divina ha sido rehabilitada.
El motor no debe ser el miedo ni el sacrificio. Debe ser el amor.
Quizás te parezca una idea utópica. Pero ¿Cuántas personas conocés que cada día van a lugares que no aman? ¿Cuántas se enriquecen a costa de la desvalorización y la necesidad ajena?
Te invito a hacerte preguntas poderosas: -¿Qué amas hacer?
-¿Qué creencias tenés sobre el trabajo y la abundancia?
-¿Cómo sería una vida donde tu servicio y tu corazón vayan de la mano?
Escucha tu voz interior. Ella sabe.
Nombres como Amartya Sen, Premio Nobel de Economía en 1998, han defendido la idea de que el desarrollo humano no puede medirse solo en términos de ingresos, sino en "capacidades reales para vivir la vida que uno valora" (Sen, 1999).
Joseph Stiglitz, también Nobel de Economía, afirma: "La verdadera medida del éxito no es el PIB, sino si las personas llevan una vida que valoran y tienen razones para valorar" (Stiglitz, Sen & Fitoussi, 2009).
En definitiva, no se trata solo de producir, sino de crear valor con sentido.
Y quiero cerrar este artículo regalándote una imagen que la vida me regaló el último domingo: las abejas.
Aparecieron en mi vida, recordándome el verdadero significado del trabajo: - Cooperación en lugar de competencia.
- Dulzura en lugar de sacrificio ciego.
- Servicio a la vida en lugar de explotación.
- Creación de belleza en cada acto cotidiano.
Mi nombre, Pamela, significa dulzura. Y las abejas me recordaron que hay otra manera de hacer: que suceda la magia. íFeliz Día!
Que todo dolor se transmute en poder creador.
Ja, te escuché. Después de leer lo que escribí pensé, seguro que te parece utópico lo que te planteo, así que desarrolle este anexo.
Anexo: Redefiniendo el trabajo: entre la utopía y la ciencia
Aunque en este artículo propongo una visión del trabajo como servicio consciente, sé que puede sonar idealista frente a una realidad donde millones de personas trabajan principalmente por necesidad, bajo estrés y sin pasión. La verdad es que ambas realidades conviven: el trabajo alienante sigue existiendo, pero las ciencias sociales, la economía humanista y la neurobiología ya han demostrado que otras formas de trabajar no solo son posibles, sino más sostenibles a largo plazo.