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13 de Octubre,  Jujuy, Argentina
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12 de octubre: el día en que el mundo se mezcló

Domingo, 12 de octubre de 2025 23:20

POR ALEJANDRO SAFAROV

Director de Carrera Relaciones Internacionales UCSE-DASS Integrante

Departamento de América Latina y el Caribe

IRI-UNLP y del Consejo Federal de Estudios Internacionales -CoFEI-

Pocas fechas en el calendario global generan tantas lecturas contrapuestas como el 12 de octubre. Para algunos, es el recordatorio de una herida abierta; para otros, la celebración del encuentro entre dos mundos. Pero quizás lo más honesto sea admitir que ese día cambió para siempre la historia de la humanidad, porque a partir de 1492 el planeta dejó de ser un conjunto de islas civilizatorias aisladas para convertirse, por primera vez, en un sistema verdaderamente global.

Durante siglos se ha condenado -y con razón, pero también es cierto desde lentes ahistóricos y contra fácticos- la violencia de la conquista, las epidemias y el sometimiento de los pueblos originarios. Pero también es cierto que ningún imperio en la historia fue tan creativo, tan integrador y tan mestizo como el español. A diferencia de otros imperios europeos, que impusieron la segregación y el exterminio, el imperio hispánico generó un proceso de mestizaje cultural, lingüístico y religioso sin precedentes.

De esa mezcla nació una civilización nueva: la hispanoamericana, un espacio donde conviven la herencia indígena, la raíz africana y la tradición europea, unidas por una lengua, una fe y una identidad que siguen evolucionando hasta hoy.

Mientras el colonialismo inglés o el francés levantaban muros sociales entre colonos y nativos, el proyecto español -con todas sus contradicciones- fue más incluyente que segregador.

 

El mestizaje no fue solo biológico: fue espiritual, arquitectónico, artístico y lingüístico.

En el arte barroco americano, en los retablos de Cusco o Potosí, en las iglesias de Quito y las misiones guaraníticas, se mezclan símbolos cristianos y cosmovisiones indígenas, sincréticos, pero no subordinados. Esa fusión cultural fue el mayor acto creativo del mundo moderno y lo tenemos presente en cada territorio que habitamos. De ella surgió una nueva humanidad, con su propia filosofía -la del mestizo que se reconoce múltiple-, su propio idioma universal -el español- y una geografía espiritual que se extiende de Tijuana a Tierra del Fuego, pasando por Sevilla y Manila. Es la historia de un imperio que se mezcló a sí mismo, que no exportó solo mercancías o cañones, sino universidades, leyes, música, pintura, ideas y una lengua que hoy hablan más de 600 millones de personas en el planeta.

Y si de riqueza hablamos, conviene recordar un dato silenciado: el quinto real -esa quinta parte del oro o la plata que correspondía a la Corona- fue, en rigor, lo único que España se llevó sistemáticamente. El resto de la riqueza quedó en nuestras tierras, transformada en catedrales, universidades, caminos, hospitales, escuelas y ciudades enteras.

El barroco americano, los cabildos, las reducciones jesuíticas, los acueductos y las obras de ingeniería colonial son testimonio de que la conquista también construyó, además de dominar. Hubo explotación, sí, pero también hubo creación. Y ese legado material y espiritual sigue siendo una de las bases más sólidas de nuestra identidad. Paradójicamente, el relato dominante -incluso dentro de América Latina- tiende a reducir el legado hispano a una tragedia. Esa mirada, la famosa "leyenda negra", fue y en muchos sentidos continúa alimentada por siglos de propaganda anglosajona y de culpa ilustrada, que nos hizo olvidar que la civilización iberoamericana es una de las más originales del planeta. España no solo conquistó territorios: conectó continentes, creó la primera globalización verdadera, que unió el Atlántico y el Pacífico a través del Galeón de Manila, la ruta que durante dos siglos unió Asia, América y Europa, llevando seda, plata, papel, maíz y pensamiento.

Esa red de intercambios, que hoy llamaríamos "globalización cultural", fue el antecedente directo del mundo interconectado que vivimos. Y aunque el siglo XIX nos separó políticamente, el siglo XXI vuelve a reunirnos por razones más profundas: la lengua, la historia, la cultura y la conciencia de una identidad común.

El 12 de octubre no debería ser un campo de batalla ideológico, sino un día para reconciliarnos con nuestra historia y con nosotros mismos. No hay identidad posible sin memoria. Y la memoria no puede construirse desde la negación, sino desde la comprensión. Reconocer los errores del pasado no significa cancelar una herencia, significa asumirla críticamente para transformarla en proyecto. Por eso, más que "Día de la Raza" o "Día de la Diversidad Cultural", deberíamos llamarlo Día del Encuentro, porque eso fue: un encuentro de mundos, lenguas, dioses y sueños que dieron lugar a algo completamente nuevo, un imperio de todos. A diferencia de Europa o Asia, donde las civilizaciones se desarrollaron en paralelo, en América se produjo una fusión antropológica única, que dio lugar a una humanidad mestiza, incluyente, con vocación universal.

En un tiempo donde el mundo vuelve a fragmentarse por nacionalismos, muros y guerras, América Latina representa una lección viva de convivencia. Aquí aprendimos -con dolor, pero también con esperanza- que las diferencias pueden ser fuente de creación. Somos descendientes de los pueblos originarios, de los conquistadores, de los esclavos africanos, de los inmigrantes italianos, árabes, portugueses, franceses, alemanes, rusos, chinos, japoneses o judíos que llegaron siglos después. Somos, en esencia, el resultado del mayor experimento humano de integración cultural jamás realizado.

El desafío actual no es pedir perdón por lo que fueron nuestros antepasados, sino honrar lo que construyeron: una civilización del encuentro, una cultura de síntesis, una identidad abierta al mundo. Por eso, cuando cada 12 de octubre vuelve el debate, deberíamos preguntarnos menos quién conquistó a quién, y más qué hicimos nosotros con ese legado. Porque no hay otra región del planeta con tanto potencial para unir lo que el resto del mundo divide: razón y emoción, tradición y modernidad, ciencia y espiritualidad.

El 12 de octubre no es el día del inicio de una tragedia, sino el nacimiento de una posibilidad. Una posibilidad que nos invita a entender que, desde el dolor y el mestizaje, nació una de las culturas más luminosas, creativas y diversas del planeta. Quizás haya llegado el momento de dejar de pedir perdón por existir y empezar a reivindicar lo que somos: hijos de una mezcla milagrosa, nietos de civilizaciones antiguas y de un imperio que -con todas sus sombras- fue el único capaz de imaginar el mundo como una comunidad compartida. Porque la verdadera revolución no fue la conquista, sino la mezcla.

Y es hora de asumirla con orgullo. "Ningún imperio fue tan humano como el que se mezcló con sus pueblos. Ninguna civilización fue tan universal como la que nació en América".

(*) Licenciado en Relaciones Internacionales, director de la carrera de Relaciones Internacionales de la Ucse Jujuy, miembro del Departamento de América Latina y el Caribe del IRI-Unlp e integrante del Cofei.

 

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