Saturados de zapatos, los estantes de "El Zapatón", llenos aguardan. Y es que cada vez que las puertas -de aquella habitación única con techos altos- se abren, significa que el hábil organizador de ese caos con aroma a cuero; irrumpió en el universo de moldes, punteras, plataformas, forros y pulseras.
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Saturados de zapatos, los estantes de "El Zapatón", llenos aguardan. Y es que cada vez que las puertas -de aquella habitación única con techos altos- se abren, significa que el hábil organizador de ese caos con aroma a cuero; irrumpió en el universo de moldes, punteras, plataformas, forros y pulseras.
Inmaculado por reglas propias -ya que nadie ingresa sin autorización- este espacio se proyecta desde el hombre que se impone a través de la fuente de su saber, a partir de su corazón y su razón. Así es como el zapatero deja conocer la historia de su labor y, desde su rincón mítico de calle Alvear; erguido, mira y admira este lugar que habita con orgullo desde siempre. "El tiempo es oro" comenzó relatando Alejandro Ríos, este jujeño que resguarda su edad pero que, no deja de revelar su experiencia adquirida a través de "toda una vida, bien vivida". Y entonces, con el ánimo dispuesto a mostrar su obra, se colocó la boina y como si la acción determinaría predisponerlo a un "play", se activó en la tarea que más de mil satisfacciones supo brindarle a través de los años.
Adentrarse en este habitáculo donde el cuero reluce en sus más variados colores y formas, se torna en un recorrido único e irreversible, ya que el todo es un descubrir constante. Cada par, descansa en un pedacito de base metálica, esperando su turno para salir a caminar nuevos rumbos, a brillar con crema de lustre o quizás a reutilizarse para volver a contener una vida. A un costado de su taller, el dueño de este submundo vintage que reúne plataformas, tiras, charoles, suelas, tacones y cordones; logró afirmarse a una mesa para iniciar su rol con ninguna otra herramienta más noble que la habilidad de sus manos.
Y mientras su mirada estaba inmersa en el pedazo de cuero gris plata a punto de ser sandalia, medía con observación milimétrica el fragmento de material para completar su tarea con el siguiente paso y no fallar en la ejecución.
"Este trabajo es algo que mi padre me enseñó y aprendí cuando era niño. Siempre le dediqué mi vida a este hacer porque si nos ponemos a pensar desde el inicio de los tiempos, cuando fueron expulsados del cielo Adán y Eva, debieron protegerse por completo y más los pies con el calzado. Hacer esta actividad para mí es algo lindo e histórico", reflexionó Ríos, un hombre cuya experiencia sabe de calidades, de materiales y de medidas exactas, por lo que gracias al hecho de dedicarse al arreglo de zapatos junto a su confección por encargo, entiende lo que significa la misión de su existencia.
De mentalidad ávida por compartir los secretos, Ríos luego cosió los bordes del calzado y se expuso perspicaz detrás de una máquina para asegurar la pieza, exhibiendo a simple vista el don preciado de la prolijidad. "Cuando llueve, está lindo el día o cuando está nublado, el zapatero tiene que estar. Es un servicio que hago desde hace años y todo con las manos", destacó Ríos sobre una tarea que tiene alma de regalar vida útil de limpieza, pulido o dar brillo a los zapatos que llegan a sus manos. "Tengo clientes de todas las edades, con diferentes talles y modelos, arreglo zapatos y sandalias, de baile y de uso diario", contó el maestro que respeta las máquinas como estructuras amigas en su faena cotidiana.
Para cada caso, el trabajo es distinto. Allí, el maestro establece un puente entre su conexión con lo que su instinto le dicta pero también con lo que su práctica le ofrece desde la técnica. Es que atento a cada detalle, una vez que el par de zapatos llega al local, lo supervisa en su totalidad para resolver el asunto que lo llevó hasta allí, sin dejar en el aire el estado general de la pieza, como el fijarse si el cambrillón está bien o si la lengüeta protege adecuadamente el empeine del cliente. Cumpliendo su rol, atiende con maestría el faltante de taco y "tapita", dedicando su tiempo a atenuar las rozaduras para dejar impecable el par de zapatos destinado a algún acto escolar. "Es un oficio que le dedico mi tiempo, mis manos y mi vida. A los clientes los espero con buena voluntad y responsabilidad", remarcó el zapatero consagrado a este arte allí, en ese cosmos envuelto de un talento que no para de nacer.