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5 de Septiembre,  Jujuy, Argentina
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La amistad entre mujeres, un vínculo de sanación

Viernes, 05 de septiembre de 2025 00:00

Esta semana tuve la dicha de hacer "juntadas" con mis amigas y fue hermoso y especial; entonces decidí escribir al respecto.

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Esta semana tuve la dicha de hacer "juntadas" con mis amigas y fue hermoso y especial; entonces decidí escribir al respecto.

La amistad entre mujeres tiene un color y una profundidad que, a lo largo de los años, he aprendido a valorar como uno de los tesoros más grandes de la vida. Es un lazo que va más allá de la simple compañía o de las salidas compartidas; es un espacio de confianza, ternura y fuerza, donde cada una se permite mostrarse con lo que es, sin caretas, sin exigencias y sin la presión de tener que cumplir un papel.

Hay algo en la complicidad femenina que abre puertas a la sanación, que devuelve la calma cuando todo parece perdido y que alimenta el espíritu con una calidez que pocas experiencias logran brindar.

Desde muy pequeñas, muchas aprendemos a crear alianzas con nuestras amigas, como si fueran refugios seguros frente a un mundo que a veces resulta demasiado duro o demandante. En la infancia compartimos juegos, secretos y sueños. En la adolescencia, las amistades femeninas se convierten en confidentes de las primeras experiencias, de los miedos y las inseguridades. Y en la adultez, cuando la vida empieza a mostrar sus matices más complejos, esas amistades se transforman en pilares que sostienen, que escuchan y que nos devuelven a nosotras mismas cuando el cansancio o la desilusión nos apartan de nuestro centro.

Hay algo profundamente sanador en sentarse frente a una amiga y contarle las heridas más íntimas, sabiendo que no habrá juicio, que no habrá un dedo acusador, sino una mano tendida y una mirada que comprende. Esa escucha atenta, ese silencio que contiene, es en sí mismo un bálsamo que cura. Porque cuando una mujer escucha de verdad a otra, no lo hace desde la frialdad de la distancia, sino desde un lugar de empatía que se reconoce en la experiencia compartida. Lo que le duele a una, de alguna manera también resuena en la otra, y lo que una logra sanar abre también caminos de alivio en la otra.

La amistad entre mujeres enseña la importancia de la vulnerabilidad. A veces la sociedad ha querido hacernos creer que ser fuertes es sinónimo de no mostrar las grietas, de ocultar el dolor y seguir adelante con valentía. Pero las amigas nos recuerdan que la verdadera fortaleza está en poder desarmarnos en un abrazo, en llorar sin miedo, en confesar lo que nos pesa. Esa sinceridad compartida abre un espacio donde ambas partes pueden respirar, soltar y sentirse menos solas.

La vulnerabilidad compartida deja de ser debilidad para transformarse en una semilla de confianza y de crecimiento.

He visto cómo las mujeres se levantan unas a otras en los momentos más duros, cómo se convierten en sostén cuando parece que el suelo desaparece bajo los pies. Una palabra a tiempo, una visita inesperada, un mensaje en la madrugada pueden significar la diferencia entre la desesperanza y la fuerza para seguir.

No hay cálculo ni interés en esos gestos, solo un amor genuino que se alimenta del deseo de ver bien a la otra. Ese amor que no compite, que no envidia, que no condiciona, es uno de los regalos más puros que puede ofrecer la vida.

En esas amistades también florece la risa como una medicina sagrada. Reír con amigas hasta que duela la panza es una experiencia que libera y que recuerda que, a pesar de todo, siempre hay motivos para celebrar. La risa compartida tiene el poder de borrar tensiones, de desarmar preocupaciones y de devolvernos la ligereza que a veces olvidamos en medio de las responsabilidades cotidianas. Es en esas carcajadas donde muchas veces encontramos el verdadero sentido de la vida: estar juntas, disfrutando de lo simple, celebrando el momento.

El vínculo entre mujeres también invita a un crecimiento constante. Una amiga puede ser un espejo que nos muestra lo que no vemos de nosotras mismas, tanto lo luminoso como lo que necesitamos trabajar. A través de sus palabras, de sus consejos o incluso de sus silencios, una amiga puede convertirse en una guía, en una brújula que nos orienta en medio de la confusión. Y lo hace desde un lugar de cariño, con la intención de vernos florecer, no de juzgarnos.

En ese intercambio sincero surge la posibilidad de sanar viejas heridas, de cambiar creencias que nos limitan y de abrirnos a nuevas formas de vivir.

Es cierto que no todas las amistades perduran en el tiempo, y que algunas incluso nos dejan marcas de decepción o de dolor. Pero aún esas experiencias enseñan. Nos muestran lo que necesitamos cuidar, lo que debemos aprender a soltar y el valor de elegir con quién queremos realmente caminar.

Cuando una amistad femenina se sostiene en la autenticidad y en el respeto, el tiempo y la distancia dejan de ser obstáculos. Aunque pasen meses o años sin verse, basta un encuentro para que todo vuelva a fluir como si no hubiera pasado un día. Esa es la magia de los vínculos genuinos: permanecen intactos en lo esencial.

La amistad entre mujeres es también un acto de resistencia. En un mundo que tantas veces nos quiere dividir, compararnos o enfrentarnos, elegir sostenernos y aliarnos es una forma de sanar colectivamente. Cada vez que dos mujeres se acompañan, rompen con la lógica de la competencia y el aislamiento, y construyen un tejido de amor que se expande más allá de ellas mismas. Esa red invisible de cuidados, de abrazos y de palabras compartidas es una fuerza poderosa que atraviesa generaciones.

No puedo dejar de pensar en todas las mujeres que han estado y están a mi lado, cada una con su forma particular de dar amor, de escuchar, de acompañar. Algunas han estado en mi vida por largos años, otras han pasado como destellos breves, pero todas han dejado una huella. Cada encuentro ha sido un recordatorio de que no estamos solas, de que siempre hay alguien dispuesto a tender la mano, a sostenernos y a celebrarnos. Y cuando pienso en la palabra "sanación", inevitablemente me vienen a la mente sus rostros, sus voces, sus abrazos.

La amistad entre mujeres no necesita grandes gestos ni palabras rimbombantes. Se nutre de lo cotidiano, de lo pequeño, de lo sincero. Un mate compartido, una caminata, una tarde de charla, una mirada cómplice. Es en esos instantes simples donde se revela su grandeza. Porque la sanación no siempre llega con grandes revoluciones, muchas veces se cuela en la rutina, en los detalles, en la certeza de que hay alguien que nos comprende y que camina a nuestro lado.

Y así, cuando miro hacia atrás y veo lo vivido, siento que esas amistades son una de las mayores bendiciones. Son los vínculos que me han enseñado a creer en mí misma, que me han sostenido cuando flaqueaba, que me han celebrado cuando florecía. Me han mostrado que el amor entre amigas es un puente hacia lo más hondo de nuestra humanidad, un espacio donde las heridas se transforman en cicatrices hermosas y donde la vida se vuelve más liviana, más plena, más verdadera.

La amistad entre mujeres es, en definitiva, un vínculo de sanación. Un refugio donde podemos ser nosotras mismas, donde aprendemos a reír y a llorar, a sostener y a dejarnos sostener. Un espacio sagrado que nos recuerda que juntas somos más fuertes, más sabias y más libres. Y es en esa unión donde la vida se ilumina con una claridad que sana, que alivia y que nos hace agradecer, una y otra vez, la fortuna de tener amigas. Namasté. Mariposa Luna Mágica.

 

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