Escribo desde lo más hondo del alma. Escribo desde mis cicatrices y desde las cicatrices que otros me confían, esas que se abren ante mí buscando compañía y sentido.
Un invierno llega a su fin. ¿Qué en tu vida está pidiendo cierre? Entre un final y un nuevo amanecer habita ese territorio llamado duelo: lugar extraño que quisiéramos evitar y que, al esquivarlo, prolongamos. Es el espacio de la retención de la respiración, ese suspenso entre inhalar y exhalar que Castaneda describió como el punto donde "el guerrero suspende el mundo para ver con otros ojos" (Castaneda, 1972).
Las neurociencias confirman que las transiciones activ an redes cerebrales de alerta y memoria emocional (Davidson & Begley, 2012), generando incomodidad. Pero también son terreno fértil: allí, si permanecemos presentes, nacen nuevas conexiones neuronales y comprensiones profundas.
Nuestra vida se mueve en entramados y solos emocionales. A veces aparecen claramente y podemos ver el miedo que nos da abrirnos a sentir; otras, confundimos el fluir con el olvido, como si dejar ir significara que "no fue importante", y perpetuamos el dolor. Entre un invierno y una primavera, nuestro mundo emocional se despliega.
¿Qué emociones emergen entre tu invierno y ese asomarse de jazmines en flor?
¿Puedes verlas, reconocerlas? ¿Puedes ver tu miedo, si surgen culpas o vergüenza. . . puedes habilitar la alegría, el placer, lo nuevo?
Habitar el tránsito no es debilidad, sino el acto más humano y valiente: sentir, aprender y soltar. Confía. Crea. Abraza.
Culpa y alegría: el dilema cultural. Al enfrentar estos umbrales, nos topamos con una tensión cultural: una voz antigua susurra que el disfrute es pecado, mientras otra nos empuja a un hedonismo vacío. En ese péndulo, la culpa se vuelve protagonista. Cuando la alegría y el placer auténtico son guía, inspiran reparación; cuando son castigo, nos congelan.
La neurociencia muestra que la culpa adaptativa activan redes de empatía, mientras la tóxica se asocia a rumiación y depresión (Zahn et al., 2009).
Preguntas para atravesar este dilema:
¿De quién es realmente la culpa que cargo? "¿Por qué no puedo ser feliz teniendo mucho?", me pregunté una vez. A veces lo que cargamos son historias familiares con hilos de dolor y desarraigo: somos una raza de crisoles.
¿Qué aprendizaje concreto puedo extraer sin auto-flagelarme? ¿Cómo tomar decisiones sin autoboicotearme?
¿Qué reparación sencilla puedo ofrecer hoy?
¿Puedo permitirme alegría sin pedir permiso?
Tocando este final de invierno, me siento seducida a mirar la muerte. A dejar la resistencia al dolor y dejarlo ser. Observar las muertes: lo que no fue, lo que no será. Evoco un diálogo que escuché de mi amiga Ceci -cuando lo reencuentre, lo compartiré-, suelto la búsqueda de recordar y me conecto con ese preludio. La muerte: esa que muchos no miran, que casi todos temen.
La vi en los ojos de mi madre huérfana, en mi abuela viuda, en mis seres amados y sus duelos. La vi en mis amigas. La vi en mis propios ojos. La vi después de no poder verla.
Castaneda recordó que "la muerte está siempre a un brazo de distancia, como una consejera sabia" (Castaneda, Viaje a Ixtlán, 1972).
Mirar la muerte para honrar la vida. Muerte: "Crees que soy el final. Soy el espejo que te recuerda tu grandeza".
Vida: "Cuando ella te susurra al oído, no es amenaza: es mi invitación a vivir despierto".
Inspirado en Platón y mitologías donde la muerte es consejera silenciosa.
Viktor Frankl (1946/2004) mostró que, al enfrentar la finitud, encontramos sentido. Los pueblos celebran el Día de las Almas para dialogar con sus muertos y renovar lazos con la tierra. Solo quien acepta que el tiempo es finito elige cada instante como sagrado.
Primavera: brotes y coraje. La primavera jujeña no es solo flores: es viento norte que sacude y limpia. Pregúntate:
¿Qué brote dentro mío merece mi cuidado esta primavera?
Si permitiera que la energía fluya y abrazara la muerte que antecede a la vida, ¿dónde dirigiría mi fuerza creadora?
¿Qué alegría estoy postergando por culpa o miedo?
La neuroplasticidad es más activa cuando combinamos novedad, emoción y propósito (Doidge, 2007). Florecer, entonces, no es un gesto romántico, sino un acto biológico, espiritual y cultural.
Para cerrar: elegir lo sagrado en lo cotidiano. Entre un fin y un inicio hay una eternidad: un espacio para habitar, no para huir. Allí respira la sabiduría de Castaneda, Miguel Ruiz, las montañas de los Andes y los hallazgos de la neurociencia. Allí la culpa puede convertirse en maestra, la muerte en consejera y la primavera en promesa.
La invitación es clara: elige conscientemente qué brote cuidarás hoy. El resto es entrega.
(*) Licenciada en Psicología; coach ontológico profesional; magister en Salud Pública con mención en Atención primaria de la salud; especialista en Salud Pública; facilitadora en procesos de comunicación, resolución de conflictos.