¿Qué les parece si transformamos la problemática de las palomas en algo productivo? Podríamos conservar unas pocas como símbolo de paz y o para el Arca de Noé, pero a las demás podríamos encontrarles un uso más práctico. ¿Quién sabe? Tal vez hasta podrían convertirse en alimento. Mi bisabuela solía contarme que, durante la guerra civil española, las palomas servían de alimento. Imagínense recetas como paloma al horno con papas, en escabeche, o incluso confitadas. ¿Paloma a la cubana? Empanadas, milanesas, al vino tinto o a la cerveza. Alguna utilidad debemos hallarles, algo que no sea simplemente molestar.
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¿Qué les parece si transformamos la problemática de las palomas en algo productivo? Podríamos conservar unas pocas como símbolo de paz y o para el Arca de Noé, pero a las demás podríamos encontrarles un uso más práctico. ¿Quién sabe? Tal vez hasta podrían convertirse en alimento. Mi bisabuela solía contarme que, durante la guerra civil española, las palomas servían de alimento. Imagínense recetas como paloma al horno con papas, en escabeche, o incluso confitadas. ¿Paloma a la cubana? Empanadas, milanesas, al vino tinto o a la cerveza. Alguna utilidad debemos hallarles, algo que no sea simplemente molestar.
Para quienes desconocen la historia detrás de este planteo, les cuento que vivo en el piso veinte de un edificio que está junto a otro idéntico, separados por un estrecho espacio de apenas dos metros. Entre estos edificios se ha instalado literalmente un palomar, donde cientos de palomas han encontrado su refugio, convirtiéndose en una auténtica plaga urbana.
Apenas me mudé a este departamento, me di cuenta de que estas aves asquerosas se habían metido en el entretecho de mi cocina. Seguramente encontraron un hueco y ahí se instalaron. Durante un tiempo me banqué, a todas horas, los pasitos tiki tiki taka taka de acá para allá, acompañados por ese arrullo gutural, constante, que destrozaba mis nervios. Pero, pasado un tiempo, informé a la administración del edificio acerca de esta invasión, para que tomaran medidas urgentes. No me prestaron importancia y no hicieron nada. Así que me las ingenié por mi cuenta.
Del ventanuco del baño que da hacia el lateral del edificio, colgué un espantapalomas que hice yo misma, con plumas de colores, ojos grandes que brillaban en la oscuridad y tiras de tela con cuentas de colores que sonaban al chocar. Era enorme mi falso bicharraco, y se movía con el viento. Durante un tiempo las espanté, pero luego se dieron cuenta, las muy piolas, y ya no las asustaba ese armatoste colorido y deforme. Un día de tormenta, mi vecina del edificio de al lado se asomó a cerrar su ventana y vio el monigote con ojos brillantes y las plumas despatarradas. Casi le da un ataque y, queja mediante, tuve que deshacerme de él.
La situación se tornó insostenible, así que un día me puse firme con el administrador, le transmití con énfasis mi problema, que al fin y al cabo perjudicaba a todo el edificio, pudiendo generar enfermedades, entre otros inconvenientes. Por suerte esa vez me prestó atención y mandó a tapar el hueco por el que las palomas accedían a mi entretecho. Al día siguiente, un buen hombre colgaba de un arnés entre los dos edificios. Mientras aplicaba cemento en la abertura, a mí se me ocurrió hacerle una advertencia, saqué mi cabeza por el ventanuco del baño y con la cara torcida hacia arriba le pregunté: Oiga, don, ¿usted se aseguró que no quedara ninguna adentro? Él me respondió amablemente: Obvio, doñita, ya salieron todas. Por las dudas añadí: ¿usted está seguro? Y él: ¡Pos claro!
No, no habían salido todas, porque yo, que a esas alturas estaba obsesionadísima, esa misma noche escuché el tiki tiki tiki, taka taka taka y grrrrrr grrrrrrr grrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr. Mi marido me calmaba cariñosamente: ípero qué pesada!, el ruido es de afuera, son unas que quieren entrar, dejate de hinchar, ya está el problema solucionado. ¡Qué obsesión que tenés!
A los dos días los sonidos habían parado. En su reemplazo, un tufo asquerosísimo empezó a invadir mi departamento, primero sutilmente, luego tan abrasador, tan fuerte, tan penetrante, que yo no podía ni pensar, ni dormir, mucho menos comer. Mientras mi marido, que se pasaba el día en la oficina, seguía insistiendo que eran solo ideas mías, yo abría las ventanas en pleno invierno, y llamaba constantemente a la administración. El hombrecito que había cerrado el agujero estaba desaparecido, y no había nadie más con arnés que pudiera descolgarse del techo para revisar lo que había hecho. íYo estaba desesperada! No quería respirar más. Pero entonces vino una amiga a tomar unos mates. Apenas entró, noté su cara de asco. Luego, mientras yo preparaba el mate, ella empezó a sufrir arcadas indisimulables, a mirar para todos lados, y a acercarse a la ventana. Hasta que me preguntó: perdoname, ¿dónde está el muerto?
Listo, era el empujón que necesitaba para reaccionar y tomar el toro por las astas. Llamé llorando a la administración, le pedí que viniera el señor de mantenimiento inmediatamente con un martillo, y entre los dos, abrimos un agujero en el yeso del entretecho. Mientras él sacaba las dos palomas muertas y los tres huevos podridos, yo corrí a buscar desodorantes de ambiente, velas e inciensos. Del agujero en el techo de mi cocina, emanaba el olor más fétido, penetrante y asqueroso que sentí en mi vida. Encima, tuve que esperar un tiempo para que “se vaya el olor” antes de cerrar el agujero, según me dijo el señor de mantenimiento. Claro, él no vivía aquí, y estuve lenta para reaccionar y pedirle que lo cierre de una vez.
Durante las semanas siguientes me dediqué a combatir el ambiente nauseabundo de mi departamento. Al agujero le metí carbones, cal, aromatizantes, palo santo. Me gasté una fortuna en desodorantes de ambiente que descargaba en ese hoyo inmundo, mientras contenía las arcadas.
Pasaron un par de años de aquella experiencia horrorosa, y ¿saben qué? ahora las muy descaradas se paran en cada orilla del edificio, a fanfarronear su victoria. Desde el baño, veo desfilar sus siluetas del otro lado del vidrio del ventanuco, burlonas, altivas, soberbias. Yo golpeo el vidrio, tratando de espantarlas, pero las muy altaneras ni se inmutan. Se saben ganadoras, las muy vivas.