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Gracias, Gracias, Gracias

Lunes, 31 de marzo de 2025 01:03

Hace unos años conocí un hombre bueno, solidario, sensible a las personas con carencias materiales y emocionales, y cuya única rareza era que no soportaba la palabra “Gracias”. 

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Hace unos años conocí un hombre bueno, solidario, sensible a las personas con carencias materiales y emocionales, y cuya única rareza era que no soportaba la palabra “Gracias”. 

Joven, casado y con dos hijas, a quienes había contagiado desde muy pequeñas el interés por hacer el bien al prójimo, pasaba los fines de semana repartiendo bolsas de ropa, alimentos y libros entre la gente que cartoneaba por las calles de San Isidro. Recuerdo que, durante una helada noche de invierno, una tremenda granizada arrasó con una franja de diez cuadras del barrio, rompiendo techos, autos, árboles y jardines en tan solo veinte minutos. ¡Fue un desastre! Y la tormenta no paró hasta el día siguiente. Aquella noche él no durmió, recorrió las calles relevando las consecuencias de la catástrofe, ayudando cuanto podía. Cuando amaneció, ya tenía un plan trazado, una lista de proveedores de chapas y tejas, techistas, corralones y, además, un grupo de personas dispuestas a ir casa por casa ofreciendo ayuda para las reparaciones más urgentes.

Nosotros estábamos dentro del grupo más afectado. Se nos había hecho un agujero enorme en el techo y nos había llovido adentro durante toda la noche. Nuestro auto estaba totalmente destrozado, y no teníamos cómo movernos. Hasta que llegó él, cubierto de barro, con ojeras, una camioneta cargada de tejas, y dos vecinos que gentilmente nos ayudaron a empezar con la limpieza de escombros. Cuando le quise decir “Gracias”, me frenó con un gesto de mano, se dio vuelta y se fue. Eso nos pasó varias veces durante aquel día. Mi esposo y yo anduvimos con el “Gracias” atragantado a la altura de las amígdalas, desesperado por salir, hasta que en un momento que ahora recuerdo bastante violento, lo agarré del brazo y le dije “Gracias” en la cara. Se puso pálido, después súbitamente colorado, tragó saliva, y contestó un tímido “de nada”.

Nunca más conocí a una persona así, que no soportara el agradecimiento. Lo recuerdo y pienso que, sin su ayuda y apoyo desinteresado, no podríamos haber dormido esa misma noche en nuestra casa. ¡Cómo no íbamos a agradecerle! Uno aprende desde niño a decir “Gracias”, cuando recibes algo y tu madre te ayuda con: “¿qué se dice?”, “decile gracias al abuelo que te trajo un caramelo”, de pequeños decimos muchas gracias a la señora que te deja pasar con tu monopatín por su vereda, y a los amiguitos que vinieron a tu cumpleaños, o al ayudante del bus escolar que te da una mano para bajar. Como todo, uno va perfeccionándose en el arte de agradecer con la práctica, como se aprenden las tablas de multiplicar o las reglas ortográficas, como se aprende el abecedario o a saltar a la soga.

Es un ejercicio que revitaliza, enriquece el alma de quien agradece, y de quien recibe el “Gracias”. Aumenta la felicidad, reduce el stress, genera sonrisas. Son tantas las razones para agradecer: por la vida, la familia, la comida, la salud, el trabajo, por los amigos, el amor, las experiencias vividas. “Gracias” porque tenemos una casa, una cama, ropa limpia porque tenemos fuerzas para levantarnos cada día, porque tenemos gente que nos quiere, ayuda, banca y aguanta.

“Gracias” a Dios, o a los astros y al destino, se agradece, mil veces. Aún en los momentos más difíciles podemos encontrar razones para agradecer, solo que a veces nos olvidamos o damos por sentado algunas bendiciones. Hay un ejercicio muy bueno, que no es mío, pero se los comparto igual para que nos especialicemos en el arte de agradecer: busca un tarro o un frasco, lo puedes decorar si quieres, y lo pones en un lugar al alcance de la vista diaria. Ese va a ser nuestro receptor de agradecimientos. Al lado de ese recipiente podemos dejar un anotador o papelitos cortados, y una lapicera. Cada día escribimos, con pocas palabras, nuestro motivo de agradecimiento, doblamos el papel y lo metemos en el frasco. Puedes hacerlo una o varias veces al día. Verás qué rápidamente empieza a llenarse. El día que te sientas bajoneado o deprimido, sin ganas, simplemente revisas los papelitos que escribiste para recordar las razones por las que agradecer. Es un excelente ejercicio para mantenernos positivos y enfrentar de mejor manera nuestras luchas diarias. ¿Lo hacemos?

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