Pochita, ahora me acuerdo de vos y lloro, cuarenta y tres años más tarde, todavía te lloro, te pienso y te recuerdo con tanto amor.
inicia sesión o regístrate.
Pochita, ahora me acuerdo de vos y lloro, cuarenta y tres años más tarde, todavía te lloro, te pienso y te recuerdo con tanto amor.
Llegaste a nuestra casa muy cachorrita, con la cola recién cortada y vendada. Yo tenía apenas un año y mi hermano Carlos, dos. Crecimos juntos en la finca donde vivíamos, en medio del campo, entre plantaciones de tomates, palos borrachos y lapachos. Tenías un pelaje marrón oscuro y corto, que emanaba un brillo dorado bajo los rayos del sol. Eras buena Pochita, te aguantabas nuestros abrazos apretados, nuestras caricias con manos pegoteadas de comida, nuestros intentos por cabalgarte y hasta los berrinches a la hora de dormir. Creciste pronto y fuerte. Eras hermosa, robusta, atlética. Tenías un andar refinado, con la cabeza en alto, la mirada y los oídos atentos, un modelo ejemplar de bóxer, de buen carácter y cariñosa.
Pero tanta felicidad no podía durar tanto, ¿no, Pochita? Siempre hay un malo de la película, un viejo gruñón que no te quería y se quejaba por tus ladridos, un vecino malvado, odioso, egoísta, un imperdonable monstruo que puso veneno en un pedazo de carne y te lo sirvió en bandeja de oro, causándote una muerte dolorosa. Te vi sufrir, Pochita. A mis cinco años fui testigo de tu agonía, de la espuma blanca que salía de tu hocico. ¡Lloramos tanto!
Durante años no pudimos ni pensar en tener otra mascota, te extrañábamos mucho. Pero un día, mamá nos sorprendió con una cachorrita inquieta metida en una caja de zapatos, cruza de caniche con vaya-a-saber-Dios-qué-raza. Era blanca con dos manchas negras, una en el ojo derecho y otra en la oreja izquierda. La pequeña nos conquistó al instante. La llamamos Candy. Llena de energía y vitalidad, se pasaba el día corriendo de un lado a otro, frenética, alegre, juguetona. Odiaba que la bañáramos, y cuando lo hacíamos, apenas lograba escaparse, salía disparada hacia la calle en busca de tierra donde refregarse y volver a ensuciarse. ¡Qué loca era la Candy! Tampoco quería que le cortáramos el pelo, no se quedaba quieta, y se escondía entre las plantas. Mi mamá se daba por vencida, así que la perra andaba con unas mechas largas, duras y malolientes, hasta el próximo intento de acicalamiento.
Candy carecía del porte esbelto y orgulloso que te distinguía a vos, Pochita, pero nos regaló varios años de alegrías. En las noches de tormenta, propias del clima tropical donde vivíamos, se escondía debajo de la cama de mi hermano, tiritando, muerta de terror, pero en completo silencio, para pasar desapercibida. ¡Pobre! su olor pestilente la delataba y enseguida la descubría mi madre quien, a punta de escoba, lograba devolverla al patio, donde debía estar.
Una tarde de verano, la tormenta se adelantó, y sorprendió a Candy mientras andaba correteando por el barrio. "Se debe haber asustado", nos comentó mi mamá cuando le preguntamos por la perra, ya entrada la noche, apenas nos dimos cuenta de que faltaba en casa. El mal tiempo duró hasta el día siguiente. Mis hermanos y yo no pudimos dormir aquella noche, pensando en lo asustada que estaría la perra, y rogando que estuviera al resguardo de la tormenta.
A la mañana siguiente salimos en su búsqueda, sin suerte. Ningún vecino la tenía, ni siquiera la habían visto, y otra vez lloramos, Pochita, ¡lloramos tanto! Nos daba pena, nos faltaba nuestra compañera de juegos, sus correteadas estrafalarias, su olor pestilente, el juego del gato y el ratón que hacía con mi madre. La extrañamos mucho hasta que, pasados varios días, apareció por fin, caminando despacito, lastimada, renga y llena de barro. Apenas la pudimos reconocer. Estaba malherida y claramente maltratada. Mi mamá la llevó al veterinario, pero ya no volvió.
Aquella tarde, en el fondo del jardín, cavamos un pequeño pozo donde metimos los juguetes de Candy, luego tapamos con tierra y pusimos un cartelito de cartón escrito con marcador azul: Gracias Candy, ¡te quisimos tanto!
Así fue, Pochita, que después de ustedes dos, ya no pudimos tener otra mascota en nuestras vidas.