El paraje de San Francisco se encuentra a 2400 msnm. Para llegar se debe cruzar a lo largo de la ruta 34 la ciudad de Libertador General San Martín, cabecera del departamento Ledesma, Jujuy. Pasar el río San Lorenzo, hacia el límite noroeste de la ciudad y salir a la izquierda donde nace un largo camino de tierra. En el recorrido hacia los cerros, la vegetación se va tornando más frondosa y verde. Hay que cruzar un arroyo, entrar al Parque Nacional Calilegua, cruzarlo por completo a través de un camino serpenteante de tierra apisonada, a veces subiendo, otras bajando, hasta llegar al pueblo de San Francisco. A cada lado, árboles altísimos en distintas tonalidades de verde tapizan las laderas, junto con geranios, tupidas enredaderas y coloridas matas de flores silvestres. Cada tanto, animales de pastura cruzan el camino y, con suerte, algún yaguareté osado, en busca de comida. Los rayos de sol se cuelan por entre la vegetación y mueren en la tierra fértil, de tintes colorados, con la que se completa el paisaje.
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El paraje de San Francisco se encuentra a 2400 msnm. Para llegar se debe cruzar a lo largo de la ruta 34 la ciudad de Libertador General San Martín, cabecera del departamento Ledesma, Jujuy. Pasar el río San Lorenzo, hacia el límite noroeste de la ciudad y salir a la izquierda donde nace un largo camino de tierra. En el recorrido hacia los cerros, la vegetación se va tornando más frondosa y verde. Hay que cruzar un arroyo, entrar al Parque Nacional Calilegua, cruzarlo por completo a través de un camino serpenteante de tierra apisonada, a veces subiendo, otras bajando, hasta llegar al pueblo de San Francisco. A cada lado, árboles altísimos en distintas tonalidades de verde tapizan las laderas, junto con geranios, tupidas enredaderas y coloridas matas de flores silvestres. Cada tanto, animales de pastura cruzan el camino y, con suerte, algún yaguareté osado, en busca de comida. Los rayos de sol se cuelan por entre la vegetación y mueren en la tierra fértil, de tintes colorados, con la que se completa el paisaje.
Durante los meses de verano, enero y febrero, el camino se vuelve intransitable. La población lo sabe, y toma las precauciones para que no falte nada durante ese tiempo. Lucía lleva veinte años viviendo allá, sabe que el freezer debe contener suficiente cantidad de carne, pan, leche y manteca. Las verduras son frescas, cosecha de la huerta generosa y abundante que cultivan y cuidan desde que llegaron. Zapallos, tomates, limones, hierbas, cayotes. Con este último se asegura la producción de dulce de cayote para todo el año. La fruta, cuya apariencia se parece a una sandía, crece sin límites, salvaje, bajo las hojas amplias y las ramas largas de la planta. Su interior es fibroso, con muchas semillas. Cuando está maduro, Lucía prepara el dulce que tanto agradecen los turistas que llegan durante el resto del año.
La época de lluvia había empezado más temprano en el verano del 2017. El agua arreciaba, día y noche, lavando las laderas de los cerros, desdibujando los senderos. Sólo en los veinte primeros días del mes de febrero, habían caído más milímetros de agua que la sumatoria de las lluvias de verano del año anterior. Los caminos de tierra hacia el paraje de San Francisco eran un lodazal embustero y peligroso, las contenciones habían colapsado casi en su totalidad, por lo que los bomberos y Defensa Civil bloquearon la entrada de automóviles a la zona. Además, las antenas de telefonía celular no funcionaban, así que la única manera de comunicación con el pueblo era una línea telefónica que andaba cuando quería, adentro de un rancho de adobe construido como cabina, en el centro del caserío.
La madrugada del 21 de febrero de 2017, el teléfono público dentro del rancho de adobe empezó a sonar. Desde las tres de la mañana hasta las siete sonó y sonó sin parar. Doña Nely, que vivía a escasos metros del rancho, se dirigía bajo la lluvia torrencial hacia la iglesia. Iba a controlar las goteras, no vaya a ser que se inunde otra vez el templo de Dios y la Virgencita de Guadalupe.
Doña Nely caminaba lento, asegurando su paso con la ayuda de un bastón, quería evitar resbalarse en el río de barro en que se había convertido la calle. El agua llegaba a la altura de sus talones. Las nubes negras apenas dejaban pasar la claridad del día. Entre trueno y trueno, le pareció escuchar el sonido del teléfono. Se detuvo, prestó atención y sí, el teléfono sonaba. "Debe ser una emergencia" pensó Nely, quien enseguida cambió el rumbo para acercarse al rancho que albergaba el teléfono. Continuará...