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No serás asalariado: serás conector de abundancia

Miércoles, 05 de noviembre de 2025 05:22

Hace unos días, una empresa gastronómica me invitó para un trabajo de coaching. Mientras preparaba contenido y el encuentro, acompañada de sabores y un trago, me dejé llevar por preguntas, reflexiones... y hoy te lo traigo. Llegamos a un mundo que juega juegos con reglas impuestas. Nadie cuestiona ni las reglas ni el juego: entramos como en una máquina de normalización.

Algunos cuestionan, pero enfocan su análisis afuera y quedan desempoderados. Tras observar críticamente "el sistema", sienten impotencia, porque si el problema es "el otro", no tengo control sobre eso. En cambio, cuando reconozco que soy parte del problema, también descubro que soy parte de la solución.

Mientras disfrutaba de la noche, la música y la buena comida, vinieron a mí diferentes frases e imágenes: "No me importa nada ni nadie, solo estoy aquí por el sueldo". "Esto no es lo que me gusta, pero lo necesito". "Hago esto porque no pude estudiar". "Lo profesional lo dan los títulos".

Son ecos cotidianos en muchas empresas. Estas expresiones no solo reflejan una desconexión emocional, sino también una invitación a repensar la forma en que entendemos el trabajo y la vida laboral.

Recordaba distintos lugares donde acompañé y veía esto: muchas veces se cree que lo único importante es la tarea, cuando en realidad es tan importante la tarea como quien la realiza. Los problemas "técnicos" muchas veces nacen de heridas emocionales: baja autoestima, frustración, miedo a equivocarse o a perder el control. A veces también aparecen los egos: "yo sé, a mí nadie me dice cómo hacer las cosas". O los sesgos de género, que fragmentan los vínculos y el respeto. Y así fue que me nació traerte estas reflexiones, seas empleado o empresario. Porque las cosas cambian cuando se cambia el "desde dónde". No es lo mismo cocinar que ofrecer alimento y amor.

No es lo mismo preguntar qué querés comer que mirar y ver a quien se sienta frente a vos. No es lo mismo ser asalariado que ser creador de abundancia.

Del tiempo y el dinero al sentido y la salud. Números que duelen: el tiempo. Si trabajamos 8 horas al día. 6 días a la semana. Eso equivale a 48 horas semanales. Si multiplicamos 48 por las 52 semanas del año, llegamos a 2.496 horas de trabajo cada año. Divididas entre las 24 horas del día, son 104 días completos dedicados solo a trabajar. Es decir: casi tres meses y medio de cada año los pasamos trabajando. Tres meses en los que el cuerpo, la mente y el alma están puestos al servicio de la producción. Ahora, si una persona mantiene ese ritmo durante 40 años, los números se vuelven aún más elocuentes: 2.496 horas × 40 años = 99.840 horas de trabajo. Eso representa 4.160 días, o sea, más de 11 años completos de vida despierto y trabajando.

Si esas horas se viven en resignación, el costo emocional y físico es enorme. Entonces la pregunta es inevitable: ¿Cómo elegiremos vivir esos 11 años de conciencia despierta? ¿En automático... o en plenitud creadora?

Números que cuestan: estrés, chisme y mala comunicación. Según el State of the Global WorkplaceReport (Gallup, 2024), solo el 21 % de los trabajadores del mundo se siente verdaderamente comprometido con su labor, lo que significa que cerca del 80 % opera en distintos grados de desconexión o apatía. Este fenómeno -conocido como disengagement- representa una pérdida de cientos de miles de millones de dólares anuales en productividad.

Traducido a una escala pequeña: en una empresa de cien personas, si apenas el 20 % está emocionalmente desvinculado, se pierde el equivalente a un salario de cada cinco empleados, solo en tiempo improductivo.

Por su parte, los estudios internacionales sobre síndrome de burnout estiman que este puede costar entre 0,2 y 2,9 veces el valor del seguro de salud por empleado al año, y entre 3,3 y 17 veces el costo de capacitación individual. En otras palabras, es mucho más barato prevenir que reemplazar (Shanafelt et al., 2021).

En el Reino Unido, los informes de salud laboral calculan que el presenteíismo y las enfermedades derivadas del estrés cuestan más de 100 mil millones de libras al año (Booth, 2023). Y aunque el chisme, la comunicación deficiente o el maltrato verbal no aparecen en las planillas contables, son desencadenantes directos del estrés, pues erosionan la seguridad psicológica y contaminan el clima emocional del equipo.

"El costo emocional de no poder comunicarnos se paga en tiempo, salud o rotación" Pamela Arraya (2025).

El costo invisible del estrés y la desconexión. El burnout ya cuesta entre 0,2 y 2,9 veces el gasto anual de salud por empleado (Gallup, 2024). El presenteísmo (trabajar sin energía real) equivale a perder un sueldo de cada cinco. Y el costo emocional del chisme, de no poder comunicarnos, de callar lo importante... no se mide en dinero, sino en vida no vivida. La ciencia es clara: trabajar desde la carencia y el miedo, solo por necesidad económica, eleva los niveles de estrés, afectando la salud, la creatividad y las relaciones humanas (Davidson, 2018). Esto se traduce en más ausentismo, burnout y pérdida económica considerable para las empresas (Gallup, 2024).

Los dos paradigmas. El paradigma del miedo y la producción. Este modelo se sostiene sobre la idea de escasez y reemplazo: "No importás, hay miles que querrán tu lugar". El trabajo se vive como una obligación, un intercambio de tiempo por dinero. La emoción dominante es el miedo: miedo a perder el empleo, a no ser suficiente, a no encajar. De ahí nacen frases como "hago lo que puedo" o "solo cumplo con mi horario". Desde las neurociencias sabemos que el miedo sostenido mantiene activa la amígdala y eleva el cortisol, lo cual reduce la empatía y la capacidad de aprendizaje (Davidson, 2018).

En este paradigma, las organizaciones se estructuran jerárquicamente, se enfocan solo en resultados y descuidan la salud emocional, generando entornos de competencia y desgaste.

El nuevo paradigma: propósito, bienestar y abundancia. En este modelo, el éxito, la riqueza y el impacto no se reducen solo al dinero, sino que incluyen el crecimiento personal, el propósito compartido y la conciencia colectiva. Ya no se trata de "tener un trabajo", sino de tener una oportunidad para expresar quién soy y lo que tengo para aportar (Lakhiani, 2016).

Aquí se pasa de una cultura de obligación a una cultura de sentido: Fomentar orgullo por la tarea; Generar pertenencia y contribución; Vincular el hacer cotidiano con un propósito personal y colectivo; Pasar de una cultura de "cumplo horarios" a una de "creo experiencias memorables"; Ética, valores y compromiso con la evolución colectiva. La ética y los valores ya no son accesorios: son el sistema nervioso de la empresa consciente. Construir desde el amor no significa ingenuidad, sino coherencia: hacer lo correcto, incluso cuando nadie mira.

Una sociedad despierta no depende de buenos o malos gobiernos, sino de organizaciones humanas, creativas y éticas, capaces de sostener su propio propósito evolutivo.

"Un equipo que se comunica bien crea bienestar: se escuchan adultos, no niños heridos. Una empresa con buena comunicación es un antiestrés natural y un regalo para la salud colectiva" - Pamela Arraya, 2025.

Hoy te invito a repensar el trabajo no como una carga, sino como una oportunidad de expresión, propósito y creación.

Las empresas que abrazan esta visión no solo prosperan económicamente, sino que se convierten en comunidades donde la gente florece.

Transformarás el trabajo en creación. No serás asalariado: serás conector de abundancia.

 

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