30°
28 de Noviembre,  Jujuy, Argentina
PUBLICIDAD

Cuando nos vamos quedando sin ganas, cómo recuperarlas

Jueves, 27 de noviembre de 2025 23:21

Hay momentos en la vida en los que algo adentro empieza a apagarse. Sentir desánimo en ciertos momentos de nuestra vida es natural. El desánimo implica un momento de descanso, de distancia con lo que ocurre, lo cual puede ayudarnos a tomar perspectiva, aumentar nuestra apertura y llegar a soluciones. Sin embargo, un desánimo o falta de ganas demasiado frecuente, intenso y duradero puede llevarte a un bloqueo mayor.

Todos atravesamos momentos en los que las fuerzas parecen agotarse y la motivación desaparece. Esos días en los que levantarse de la cama, enfrentar las tareas diarias o perseguir nuestros sueños se siente como una montaña imposible de escalar. Lo importante no es evitar estos momentos, sino aprender a manejarlos y descubrir cómo reavivar la motivación incluso cuando las ganas parecen haberse perdido. No sucede de un día para el otro, ni con grandes anuncios. Es más bien un desgaste silencioso, casi imperceptible, como una vela que arde sin que nadie note que la cera va cediendo. De pronto, un día nos descubrimos sin ganas. Sin el impulso que antes nos salía solo, sin esa chispa que encendía nuestras mañanas, sin la fuerza que nos hacía elegir con entusiasmo, movernos, crear, amar. Y ahí, justo ahí, aparece una de las experiencias más humanas y a la vez más solitarias: la sensación de estar viviendo por inercia. Quedarnos sin ganas no siempre es estar tristes. A veces es cansancio acumulado.

A veces es saturación de exigencias propias o ajenas. Otras veces es haber entregado demasiado en lugares que no supieron recibir. También puede ser que la vida nos haya puesto en situaciones donde dimos más de lo que pudimos sostener, hasta que algo en nosotros dijo "basta", aunque no lo hayamos escuchado a tiempo. La falta de ganas no nos define, pero sí nos habla. Es un mensaje del cuerpo, del alma, de esa parte profunda que muchas veces relegamos mientras intentamos cumplir con lo que creemos que debemos. Es un llamado a detenernos, a mirar hacia adentro, a reconocer que no somos máquinas y que la vida no puede vivirse siempre en modo "seguir adelante" como si nada pasara.

Cuando nos vamos quedando sin ganas, la primera reacción suele ser culparnos. Pensamos que deberíamos ser más fuertes, más positivos, más disciplinados, más agradecidos. Nos exigimos salir rápido de ese estado, como si fuera un error personal o una falla de carácter. Pero la verdad es que perder las ganas también es un acto de honestidad. Señala que algo en nuestra forma de vivir necesita una revisión profunda. Nos invita a preguntarnos: ¿qué me está drenando? ¿qué no estoy atendiendo? ¿a qué sigo diciendo sí cuando mi cuerpo hace rato dice no?

La vida moderna está llena de expectativas que desgastan: producir, rendir, avanzar, demostrar, sostener. Y en medio de todo ese ruido, es fácil desconectarnos de nuestros ritmos internos, de nuestros deseos reales.

Las ganas no se pierden porque sí; se desgastan cuando no las cuidamos. Se apagan cuando no les damos espacio. Y renacen cuando nos animamos a reconocerlas sin juicio, sin prisa, con ternura. Hay un detalle importante: no siempre se trata de recuperar las ganas de antes. A veces lo que se apagó ya cumplió su ciclo. A veces esa falta de energía indica que estamos listos para dejar ir algo, para cerrar una etapa, para soltar una forma de vivir que ya no nos sostiene como antes.

Quedarnos sin ganas puede ser un puente extraño hacia un renacer que todavía no entendemos. En esos momentos, es fundamental dejar de pelear con nosotros mismos. No forzar lo que no nace, no obligarnos a seguir un ritmo que ya no nos representa. La vida interna necesita tiempo, necesita escucha, necesita descanso. Y sobre todo necesita verdad.

Las ganas no vuelven porque las empujemos a golpes; vuelven cuando les abrimos espacio para que respiren. Quizás sea tiempo de preguntarnos qué parte de nosotros quedó descuidada. Qué sueños dejamos en pausa por priorizar todo lo demás. Qué emociones seguimos guardando por miedo a incomodar. Qué necesidades callamos porque aprendimos a ser fuertes incluso cuando nos costaba la vida.

A veces las ganas se van porque nos fuimos de nosotros mismos. Y volver a uno es un proceso lento, amoroso, paciente. Quedarse sin ganas también es una oportunidad para revisar nuestras fuentes de energía. ¿Qué nos nutre? ¿Qué nos inspira? ¿Qué personas nos hacen bien? ¿Qué actividades nos devuelven presencia? ¿Qué espacios nos recuerdan quiénes somos? Volver a lo simple puede ser un acto profundamente sanador: caminar, respirar, abrazar, descansar, escuchar música que nos mueve por dentro, compartir con alguien que solo esté ahí, sin necesidad de solucionar nada.

La vulnerabilidad de no tener ganas abre un portal íntimo: nos permite vernos sin máscaras. Nos enfrenta con lo que realmente importa. Y aunque duela, aunque incomode, aunque nos haga sentir más lentos o más frágiles, también nos enseña a vivir desde un lugar más honesto. Nos invita a pedir ayuda, a expresar lo que sentimos, a permitir que otros nos acompañen en lo que no podemos solos.

La motivación no es un estado permanente que aparece de manera mágica; es una decisión diaria. Decidir levantarnos, dar un paso más y confiar en que cada pequeño avance nos acerca a nuestras metas es la verdadera esencia de mantenernos motivados. Incluso cuando no tenemos ganas de seguir, podemos elegir dar un paso, aunque sea pequeño. Con el tiempo, esos pasos acumulados crean un camino sólido hacia nuestros sueños. Y recordemos: no se trata de esperar la motivación perfecta, sino de crearla cada día con nuestras acciones. La vida está llena de altibajos, pero la capacidad de levantarnos una y otra vez es lo que marca la diferencia. La motivación puede apagarse, pero también puede renacer si decidimos alimentarla.

Elijamos no rendirnos, porque en cada intento se encuentra la semilla de nuestro éxito. Las ganas regresan, sí. A veces despacio, casi tímidas. A veces de golpe, sorprendiendo. Pero siempre regresan cuando respetamos nuestros tiempos, cuando dejamos de pedirnos perfección, cuando honramos lo que somos en lugar de exigirnos lo que creemos que deberíamos ser. Vuelven cuando aprendemos a escucharnos como escucharíamos a alguien a quien amamos profundamente. Puede que hoy te encuentres en ese lugar de baja energía, en un estado donde lo simple parece difícil y donde tu corazón está más silencioso de lo habitual. No te castigués. No te apurés. No te comparés. No te diagnostiqués. Acompañate. Sostenete. Permitite sentir lo que sentís. Tus ganas no están perdidas: están esperando que vuelvas a vos. Y cuando lo hagás —cuando vuelvas—, notarás algo hermoso: no serán las mismas ganas de antes. Serán más tuyas, más maduras, más auténticas. Nacidas de un proceso que, aunque incómodo, te habrá devuelto un poquito más de verdad, un poquito más de libertad, un poquito más de vida. Porque incluso cuando nos vamos quedando sin ganas, hay algo en nosotros que no se apaga: la capacidad de renacer. Y ese renacer empieza siempre en el mismo lugar: en la valentía de mirarnos con honestidad, con compasión y con la certeza de que merecemos una vida que nos abrace, no una que nos pese. Namasté. Mariposa Luna Mágica. (Correo electrónico: [email protected]).

 

 

Temas de la nota

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

Temas de la nota

PUBLICIDAD