Lo estratégico también puede ser invisible a los ojos. Las llamadas "tierras raras" -esos 17 elementos químicos de nombres impronunciables- constituyen la base microscópica de la era digital y el frente de batalla de una disputa global que puede parecer nueva, pero ya tiene su historia y un factor clave para entenderla: no son raras por sus propiedades o su escasez, sino porque sus procesos de extracción y refinado resultan tan complejos que solo un selectísimo grupo de países, encabezados por China, está en condiciones de desarrollarlos a escala industrial.
Esta selecta lista del lantano, cerio, praseodimio, neodimio, promecio, samario, europio, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio, lutecio, itrio y escandio está omnipresente en los chips de todos los celulares, el sistema de los automóviles híbridos, en los imanes de las turbinas eólicas, en los aviones de combate y en los sistemas de misiles. En cada pantalla que se enciende hay un poco de cerio; en cada radar, un toque de disprosio; y en cada dron militar, un neodimio que activa con precisión quirúrgica.
Con reservas de 44 millones de toneladas métricas de óxido de tierras raras equivalente (REO), China controla aproximadamente el 85% de la capacidad global de procesamiento y el 70% de la producción minera mundial, según las últimas estimaciones internacionales, confirmadas por el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS).
Es decir, Beijing no solo lidera el ranking de reservas, sino que también domina la extracción global y la capacidad para transformar esas materias primas en productos procesados para las industrias de alta tecnología. Este liderazgo -a kilómetros de distancia de sus seguidores- ha generado tal nivel de dependencia que "cuando China estornuda, el mundo se resfría", como graficaron fuentes del Ministerio de Comercio de la República Popular China (Mofcom), parafraseando la remanida expresión que Occidente suele utilizar con Estados Unidos.
Algo de eso ocurrió en las últimas semanas, cuando China elevó a 12 el número de elementos sujetos a autorización de exportación, con el fin de "defender mejor la paz mundial y la estabilidad regional", a partir de la "prevención del uso ilegal de tierras raras en armas de destrucción masiva" y la "protección de la seguridad de las cadenas industriales y de suministro globales", según justificó un portavoz del Mofcom.
El gobierno chino profundizó los controles sobre las exportaciones de tecnologías y sus portadores vinculados con la extracción; la fundición, el ensamblaje y la separación de tierras raras; la fundición de metales; la fabricación de materiales magnéticos; el reciclaje y la utilización de tierras raras de fuentes secundarias; la actualización de líneas de producción y varios etcéteras de procesos por el estilo.
"En el contexto de la agitación y los frecuentes conflictos militares en el mundo -agregó el funcionario- China ha tomado nota de los importantes usos de tierras raras y artículos relacionados en el campo militar. Y como país responsable, emplea controles de exportación de acuerdo con la ley, para cumplir con las obligaciones internacionales de no proliferación".
Después de sostener que estas medidas eran "legítimas" y que no constituían ningún tipo de"prohibición de exportaciones", desde el Mofcom aclararon que los controles ya habían sido adelantados a los países y regiones con vínculos bilaterales, garantizando que "se aprobarán todas las solicitudes de exportaciones que cumplan con las normas y estén destinadas al uso civil".
La respuesta de Estados Unidos no se hizo esperar: el presidente Donald Trump acusó a Beijing de usar los minerales como "arma económica", anunció aranceles adicionales del 100% a los productos chinos desde noviembre y puso en duda el encuentro con su par Xi Jinping, previsto para finales de este mes en el marco del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (Apec 2025), en Corea.
En un año de no pocas tensiones arancelarias, las palabras de Trump sonaron en Beijing como el eco de una canción ya conocida, a la que solo le habían cambiado un par de acordes. "Las amenazas deliberadas de altos aranceles no son la manera correcta de llevarse bien con China. Nuestra posición sobre la guerra comercial es consistente: no la queremos, pero no le tememos", dijeron desde el Mofcom, después de denunciar la "doble moral" de Washington y advertir que China "luchará hasta el final".
Después de un segundo mensaje más conciliador de Trump -fiel a su estilo de combinar ataques y elogios- el secretario del Tesoro, Scott Bessent, anunció que no descartaba una pausa de 90 días con los nuevos aranceles y una política de precios mínimos para enfrentar lo que calificó una "manipulación del mercado por parte del gobierno chino". Al día siguiente, al presidente estadounidense volvió a la carga en medio de lo que parecía una tregua: "Ya estamos en una guerra", fue su categórica afirmación en declaraciones difundidas por la agencia Bloomberg.
"China no se quedará de brazos cruzados cuando se vulneren sus derechos e intereses, pero reiteramos que en una guerra arancelaria o comercial no hay ganadores", respondió el embajador chino en Washington, Xie Feng.
En este contexto, América Latina y el Caribe se encuentra en una situación particular, porque si bien la región tiene potencial por los hallazgos de tierras raras en Argentina, Brasil, Perú, Bolivia y Chile, la explotación a escala industrial es limitada por la falta de inversiones y la imposibilidad de resolver cuestiones ambientales y de infraestructura.
De ahí la preocupación de Estados Unidos de tener bajo control lo que considera su área de influencia, tal como lo admitió públicamente la jefa del Comando Sur, Lara Richardson, en un evento del Atlantic Council, un thinktank vinculado con la Otan, realizado a comienzos de 2025.
En Washington no disimulan su interés por las 190.000 toneladas en reservas que posee la Argentina en las provincias de Salta, Jujuy, San Luis, Santiago del Estero, San Juan, Córdoba, Río Negro y Buenos Aires, según datos del Servicio Geológico Minero Argentino (Segemar).
Ni hablar de Brasil, un país que tiene alrededor de 21 millones de toneladas (la segunda reserva mundial), pero produce apenas 80 toneladas. Sin eufemismos, el encargado de negocios de la Embajada de Estados Unidos en Brasilia, Gabriel Escobar, notificó esta semana al presidente del Instituto Brasileño de Minería (Ibram), Raúl Jungmann, el interés de Washington en las tierras raras del gigante sudamericano, en una ofensiva diplomática que complementaría el arancel del 50% dispuesto a todos los productos brasileños.
"Esta presión podría representar un tiro en el pie, ya que puede empujar a Brasil a buscar alternativas en otros mercados y aliados", opinó el doctor en Derecho Internacional, Evandro Menezes de Carvalho, en declaraciones a la agencia Xinhua. La participación de la empresa china Shenghe Resources en el Proyecto Serra Verde, uno de los máximos yacimientos de tierras raras pesadas fuera de China, parece darle la razón.
En el fondo, esta historia de las tierras raras nunca fue sobre minerales, sino sobre poder y geopolítica. No importa qué país tiene la mina más grande, lo realmente trascendente es quién domina el complicadísimo proceso de extracción y refinado. Y en ese contexto, Beijing parece haber advertido antes que nadie que el futuro no se conquistará con ejércitos -o guerras comerciales- sino con materiales de los que todos dependan. Lo raro no son las tierras, lo raro es que el resto haya tardado tanto en avivarse.