El 20 de julio se celebra el día internacional del amigo, y en Argentina lo disfrutamos a pleno. Es el día en que colapsa el Whatsapp con mensajes, videos, saludos, fotos. Antes eran los mails, los SMS, y yendo más atrás en la historia, las cartas, las llamadas telefónicas. Hoy es un lujo al que todos tenemos acceso, podemos hacer videollamadas, vernos las caras, brindar a través de las pantallas con la familia y amigos dispersos en otros lugares, unos más lejos, otros más cerca. La pandemia nos dejó algunas enseñanzas, por ejemplo esta, el uso de las redes y las aplicaciones para estar al día con quienes queremos, aprendimos a celebrar cumpleaños, navidades, días especiales, a la distancia.
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El 20 de julio se celebra el día internacional del amigo, y en Argentina lo disfrutamos a pleno. Es el día en que colapsa el Whatsapp con mensajes, videos, saludos, fotos. Antes eran los mails, los SMS, y yendo más atrás en la historia, las cartas, las llamadas telefónicas. Hoy es un lujo al que todos tenemos acceso, podemos hacer videollamadas, vernos las caras, brindar a través de las pantallas con la familia y amigos dispersos en otros lugares, unos más lejos, otros más cerca. La pandemia nos dejó algunas enseñanzas, por ejemplo esta, el uso de las redes y las aplicaciones para estar al día con quienes queremos, aprendimos a celebrar cumpleaños, navidades, días especiales, a la distancia.
El ser humano es un ser social, necesitamos estar en contacto con los demás, compartir la vida. Las alegrías y tristezas no serían iguales sin la compañía de nuestros seres queridos. Y los amigos entran en esta clasificación. Amigos, hermanos, gente imprescindible que elegimos en nuestro viaje por este mundo. Están los de la niñez y de la adolescencia, que de alguna manera incomprensible mantienen el mismo lazo cariñoso y sincero que nació en el patio de una escuela o en la esquina del barrio. Luego vienen los de la facultad, de la época de estudiantes, con quienes compartimos tantas noches de desvelo, y quienes conocen nuestros detalles más ínfimos tales como si nos gusta el fernet suave o fuerte, el punto de los tallarines, si nos pone de mal humor la impuntualidad, o si mejor evitamos hablar de fútbol, política o religión porque nos ponemos locos. Amigos entrañables que perciben solo con nuestro tono de voz, si necesitamos un abrazo, una salida al parque o una cerveza helada.
Después vienen los amigos adquiridos en la puerta del colegio, mientras esperamos la salida de los niños. ¡Cuánta filosofía intercambiada en esos encuentros impensados! Largas charlas bajo el sol, o metidas bajo un paraguas, años de espera en que pasábamos por todos los temas de crianza y familia. Una vez, de la puerta del colegio nos fuimos a tomar un cafecito, luego una cena y, más tarde, florecía una tímida amistad, a pesar de que nuestros hijos tomaban rumbos distintos.
Y cuando creemos que ya nadie más podría entrar en nuestras vidas, nos aparecen las amigas y los amigos de grandes, unidos por un destino, una locación, un trabajo o una simple coincidencia. Esos seres especiales que nos cambian el día con un mensajito, un “venite a tomar unos mates”, un “avisame si necesitás algo”. Estamos grandes, ya no cargamos con tantas inseguridades, ni orgullos, no nos ofendemos, perdonamos y olvidamos rápido. La amistad de la mediana edad es generosa, transparente, constructiva y, por sobre todo, honesta. A esta altura, uno elige con quien estar, y cuando no tenemos ganas decimos: no quiero, otro día. Y está todo bien. Es la amistad madura, la que sabe mirar directo al corazón del otro, ignora las diferencias y abraza el tesoro de la amistad a esta altura del camino.
¡Feliz día, amigos imprescindibles!