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4 de Septiembre,  Jujuy, Argentina
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¡Qué difícil es despedirte, Deye!

Lunes, 18 de noviembre de 2024 01:03

La última vez que nos vimos fue en agosto de 2022, en la plaza central del pueblo de Libertador General San Martín, Jujuy. Te esperé sentada, en el horario de la siesta, en un banco de hierro frente a la iglesia Sagrado Corazón de Jesús. Hacía veinticinco años que no te veía, pero en cuanto me reconociste, aceleraste el paso y empezaste a sonreírme, a varios metros de distancia. Nos saludamos con un abrazo familiar, como si el día anterior nos hubiésemos visto. Yo estaba desbordada de felicidad, emoción y nerviosismo, pero vos me dijiste con naturalidad: “Vení, vamos a tomarnos un cafecito en la esquina”. Hacia allá fuimos, tomadas de la mano.

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La última vez que nos vimos fue en agosto de 2022, en la plaza central del pueblo de Libertador General San Martín, Jujuy. Te esperé sentada, en el horario de la siesta, en un banco de hierro frente a la iglesia Sagrado Corazón de Jesús. Hacía veinticinco años que no te veía, pero en cuanto me reconociste, aceleraste el paso y empezaste a sonreírme, a varios metros de distancia. Nos saludamos con un abrazo familiar, como si el día anterior nos hubiésemos visto. Yo estaba desbordada de felicidad, emoción y nerviosismo, pero vos me dijiste con naturalidad: “Vení, vamos a tomarnos un cafecito en la esquina”. Hacia allá fuimos, tomadas de la mano.

En el trayecto, y hasta que nos trajeron los cortaditos y un tostado de jamón y queso, te conté que había emigrado, que solo estaba de visita, que había dejado de trabajar, y que me estaba dedicando a la escritura. Me comentaste, con sincero entusiasmo, que estabas ansiosa por leer mis cuentos, que te alegrabas por mí, y que inmediatamente me sumarías al prestigioso grupo GRADA (Grupo amigos del arte), y a la SADE (Sociedad argentina de escritores). Yo te revelé mis miedos, mi vergüenza y mi admiración por vos, en primer lugar, y por el resto de los integrantes de GRADA, en segundo lugar. Me dijiste, literalmente, “dejate de hinchar, somos todos iguales”. Yo te creí, te sonreí y te agradecí. Pero no, vos no eras igual, vos eras un sol especial.

Dos horas después, durante las cuales nos contamos nuestras vidas de los últimos veinticinco años, actualizamos noticias de tus hijos, mis hermanos y mis padres, me dijiste: “te quiero regalar unos libros”, y me invitaste a tu casa. El remis nos llevó a lo largo de esas calles añoradas del pueblo, impregnadas de un otoño fresco y ocre. Recorrimos la avenida paralela a las vías del tren, luego el auto giró a la izquierda y entramos al Barrio Ledesma. Pasamos por el frente de la fábrica, la casa de los Blaquier y, después de unas cuadras, doblamos por una callecita repleta de baguiñas y lapachos desnudos. “Es un espectáculo esta calle en primavera. Te mandaré fotos”, me prometiste, y dos meses después, cumpliste.

En tu casa me invitaste un té y nos quedamos charlando por horas, de libros, de historias familiares y del pueblo. Te conté que yo estaba escribiendo mi primer libro de cuentos, y mi novela, y vos te ofreciste a leerme y a comentarme todo, desinteresadamente. Cuando empezó a oscurecer, llegó el momento de irme. Me pedí un remis, nos abrazamos y prometimos mantenernos en contacto.

Desde ese momento, fuiste mi mentora, mi guía, mi profesora generosa y mi correctora crítica. No entendí por qué llegué a merecer tanto cariño de tu parte, tal vez por tu amistad con mi madre, o tal vez por mi proximidad a tus hijos. O tal vez (seguramente sea por esto) por la misma razón por la que brindabas a tanta gente tu tiempo, tu dedicación desinteresada, tu sonrisa sincera, tu experiencia y cariño: tu corazón enorme y generoso.

Hoy tenemos que despedirte de este plano, y aún no sé cómo hacerlo. Es imposible decirte adiós, imposible pensar mis días sin vos, querida Deye. Es que no podrás irte del todo, tu recuerdo quedará por siempre presente en el corazón de quienes te conocimos, en el ambiente de este pueblo de Ledesma que tanto amaste, y al que tanto regalaste. Tus enseñanzas, tus versos, tus cuentos y el cariño inmenso que nos prodigaste, quedarán grabados en la memoria colectiva de todos los que tuvimos la bendición de conocerte, no solo en Ledesma, sino también en Jujuy y en todo el norte argentino.

Te queremos siempre, Yedelmira Viltes de Noguera, señorita Deye. Descansa en paz.

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