El desafío de Naciones Unidas -cumplió 80 años el pasado 22 de septiembre- que todavía sigue siendo el foro universal más importante para el diálogo multilateral, se hace cada vez más evidente y latente en la era de la hiperconexión. De todas maneras, el mundo entero clama y la pregunta incómoda es inevitable: ¿puede seguir siendo relevante y representativa con una estructura que sólo refleja el mapa de poder de 1945 y no el del mundo actual?
El Consejo de Seguridad, su órgano más poderoso, sigue en manos de los cinco vencedores de la Segunda Guerra Mundial (EEUU, Rusia, China, Reino Unido y Francia), con derecho de veto para bloquear cualquier resolución. Esa arquitectura institucional tenía sentido al final del conflicto mundial, cuando el objetivo era evitar otra guerra mundial. Sin embargo, hoy se ha convertido en un corsé que paraliza la acción de la ONU en las crisis más urgentes. En Siria, Ucrania y Gaza, el veto ha sido un arma política que impidió consensos humanitarios básicos.
El planeta cambió, hoy el comercio, las finanzas, la tecnología y el poder militar se distribuyen de forma mucho más amplia. Potencias como Alemania, Japón, India, Brasil, Sudáfrica, Australia, Canadá o México son actores estratégicos en la economía global, pero siguen relegadas a un segundo plano en la toma de decisiones de seguridad internacional. En contraste, foros como el G20 representan más del 80 % del PIB mundial y tienen mayor legitimidad para debatir los grandes temas económicos.
No sorprende entonces que haya una presión creciente para reformar la ONU. Existen grupos y coaliciones que desde hace años reclaman cambios concretos:
El G4 (Brasil, Alemania, India y Japón) exige ampliar los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, con derecho de veto o privilegios equivalentes.
El Grupo L69, 42 países en desarrollo de África, América Latina y el Caribe, Asia y el Pacífico que abogan por una reforma integral y duradera del Consejo de Seguridad, tanto en escaños permanentes como rotativos.
En el otro extremo, la coalición "Unidos por el Consenso", grupo de países liderados por Italia, que se opone a la creación de nuevos miembros permanentes en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, buscando en su lugar aumentar los miembros no permanentes y garantizar una representación más equitativa. En este grupo está nuestro país, junto a Pakistán, Canadá, Colombia, etc.
Ahora bien, esto no se trata sólo de un debate académico. El secretario general António Guterres ha dicho que el Consejo de Seguridad debe representar el mundo de 2025 y no el de 1945. Presidentes como Lula da Silva, de Brasil y Narendra Modi, de India, llevan esta agenda a cada cumbre internacional. Y es legítimo: el orden multipolar que se consolidó después de la Guerra Fría, con la irrupción económica disruptiva de China y la "resurrección" política y militar de Rusia ya no puede seguir gobernado por una minoría de cinco Estados -que incluye a estos dos-, bloqueando resoluciones a conveniencia.
Reformar la Carta de la ONU es difícil -requiere el voto de dos tercios de la Asamblea General y la ratificación de los cinco miembros permanentes-, pero no imposible. Ampliar el Consejo de Seguridad, limitar el uso del veto en casos de genocidio o catástrofes humanitarias y dar más protagonismo a las regiones subrepresentadas sería un primer paso para devolverle legitimidad a la organización.
Quizá la verdadera reforma pendiente sea más profunda: empoderar a la Asamblea General como el órgano "primus inter pares" de la ONU, con capacidad de aprobar resoluciones obligatorias para todos los Estados miembros, como lo hace cualquier parlamento. Esto rompería el monopolio de poder del Consejo de Seguridad y convertiría a la ONU en una institución realmente democrática, donde cada país -grande o pequeño- tenga voz y voto en las decisiones que afectan a la humanidad.
No podemos seguir mirando al costado frente a los vacíos de inacción. Lo que ocurre en Medio Oriente, en África, en Ucrania, en Corea del Norte o en Venezuela no puede seguir esperando. Muchas veces y lamentablemente sigue sucediendo, "defender la soberanía" es la excusa perfecta para blindar a autócratas y violadores de derechos humanos. Y cuando algunas de las grandes potencias del G7 deciden actuar, lo hacen fuera de la institucionalidad internacional, invadiendo países bajo el argumento de guerras preventivas o incluso con mentiras; cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia y sino recordemos cómo las inexistentes armas de destrucción masiva en Irak causaron la muerte de más de 600 mil personas y pasaron con pena y sin gloria.
La nunca bien ponderada doble vara solo debilita el sistema multilateral y alimenta la desconfianza en la ONU y da vida a la fórmula sálvese quien pueda, en realidad sabemos quiénes se pueden salvar.
Es el momento de que los Estados que se autoproclaman democráticos y representan al llamado internacionalismo liberal, pongan en valor la herencia de lo más granado de Grecia y Roma demostrando conciencia, evolución y coherencia, empoderando a la Asamblea General con herramientas que posibiliten y cristalicen una reforma profunda del sistema. íSoñar no cuesta nada! De lo contrario, el riesgo es que el multilateralismo no sólo deje de ser una opción real y que el vacío que deja la inacción de un organismo intergubernamental sin respuestas sea llenado por alianzas de ocasión, y entregue a la humanidad a una irrefrenable pulsión hacia una guerra global autodestructiva. En una sociedad internacional de quinta revolución industrial, interconectada y globalizada, no deberíamos permitirnos una ONU que se quede como una postal del pasado sabiendo cuáles son las consecuencias.
(*) El licenciado en Relaciones Internacionales Alejandro G Safarov es integrante del Consejo Federal de Estudios Internacionales (Cofei), Departamento de América Latina y el Caribe IRI-UNLP.