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8 de Diciembre,  Jujuy, Argentina
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“Adorando a la serpiente” una obra de teatro que nos sacude

Se trata de la historia entre dos mujeres de la misma raza y el mismo origen, una con poder económico y otra no. Silvia Gallegos y Julia Suárez le ponen el cuerpo y la voz a "la señora" y a Alicita, de manera comprometida.
Lunes, 08 de diciembre de 2025 00:00
ENCARNAR LO VIVIDO | LAS ACTRICES HACEN EN EL ESCENARIO LO QUE LES OCURRIÓ.

El racismo en Jujuy tiene que ver no solo con la discriminación de una raza a otra sino también con la que sucede entre dos personas de la misma, la nuestra, la de esta región, la de este continente.

Con un tono de humor reflexivo y mucho de drama, se llevó a escena y se estrenó recientemente, la obra escrita por Elena Bossi, sobre este tema que fue producto de investigaciones universitarias, y que también sirvieron de fuente. Se titula "Adorando la serpiente", y cuenta la historia de una mujer, esposa de un diputado, y su empleada doméstica, Alicita, ambas de rasgos aborígenes, originarios (incluso muy en el fondo se deja entrever que la empleada es la sobrina que ella trae del norte a la capital para darle la oportunidad de trabajar, pero eso es un secreto).

Más allá de las semejanzas, de las igualdades naturales, la "señora" de la casa se auto percibe en un nivel superior, que, a su vez, increíblemente la hace pensarse de otra raza y otros ancestros: "soy española del sur de España", dice buscando fundamentar con datos irreales, imaginados, un status raro no sólo en la sociedad, sino en el universo, que le permite insultar, desvalorizar, desacreditar, humillar, negar, a una mujer igual que ella, con oportunidades diferentes.

La actriz Silvia Gallegos, es quien se pone en la piel de esta mujer autoritaria, sufrida, que cree estar en un estado de felicidad, o por lo menos trata de convencerse de ello todos los días de su vida. Está casada con un diputado, adinerado, prácticamente ausente de su vida

Julia Suárez, es la otra actriz que completa esta dupla que dirigió Rodolfo Pacheco, para lograr una puesta, que va entre los diálogos de los personajes y los espacios de reflexión- pensamiento, de la empleada (ya recibida de antropóloga).

La empleada Alicita escucha, aguanta, a veces intenta hacer ver la realidad a su "patrona", y la interpela, pero no lo logra. Ella asume ese papel en los diálogos con la dueña de casa, y a la vez es la voz reflexiva, que se acerca al borde del tablado para desentrañar sus procesos de liberación. Un trabajo impecable de Suárez en sus tonos y sus movimientos, con una voz que habla con madurez, profesionalismo y superación.

En el fondo, en pantalla gigante, aparecen cada tanto, imágenes de obras de arte que reflejan monos "atravesados por el arte", dice Pacheco, el director, explicando la elección. Y es que una de las características de esta obra es el decir tan crudamente lo que escuchamos y percibimos en el diario vivir de nuestra provincia y en la zona. La asociación de nuestra raza originaria con los monos. Y entonces las actrices, que hacen un uso muy detallado y específico de los gestos y los movimientos, cada tanto emulan al animal.

Cuando la empleada le dice a su patrona que está estudiando Antropología, la respuesta que recibe es una carcajada diciendo "ípara estudiarte a vos misma!".

Y el público se ríe, pero rápidamente, como en muchas intervenciones de este tipo, se calla y queda palpitando, porque claro, nos sucede a cada uno, o a nuestro alrededor, lo dijimos o lo escuchamos, y pareciera que en el escenario estamos primero viendo exagerada nuestra realidad, pero lo cierto es no lo es tanto.

Dos actrices ponen su cuerpo, su piel y su rostro, incluso para contar en las tablas, lo que también han experimentado en sus vidas. El color marrón descalifica, y decirlo en este tiempo, en que hay más conciencia, todavía no garantiza la erradicación de esos conceptos, de esas filosofías que nos mueven. Por eso en el saludo final, Pacheco propone "cambiar e mundo, no naturalizar estas acciones" y pensarnos, seguirnos pensando, porque los espacios no son tantos para esto

El teatro facilita esta motivación, pero desde el proceso de escritura de una dramaturga que baja a la realidad (entrevista gente y hace ficción de casos reales, con el compromiso de contar desde el arte eso que todavía es una herida), hasta las actuaciones de dos maestras de la corporalidad y la expresión como son las actrices elegidas, pasando por la profundidad y contextualización que le da el director de la puesta, todo es un recorrido doloroso, que pone sobre la mesa, una reflexión y una revisión, que no somos capaces de llevar adelante naturalmente.

Esta historia pone de manifiesto también "los miedos que nos dejaron nuestros padres como única herencia", como dice el texto; el auto convencimiento de los originarios que consiguieron "blanquearse" con un matrimonio y entonces dicen "Yo soy blanca por dentro"; el sufrimiento además de las mujeres en nuestra tierra (que como empleadas son tratadas como objetos de los que los patrones se adueñan –literalmente-); y termina mostrando la posibilidad de pensar a la mujer, a la marrón, a la originaria de esta tierra, con los ojos de la equidad verdadera.

La obra termina con la invitación de Alicita, la profesional de la Antropología, haciendo bailar a la "señora" e invitando a todas las mujeres a hacerlo.

Creando, investigando.

Conversando con el director de “Adorando la serpiente”, explica que al tomar el texto de Elena Bossi para llevarlo a escena, estudió mucho, y las actrices también, para darle el marco a este camino hacia la obra en el escenario.

Explica que “los procesos de creación nunca son totalmente claros”, y sobre la mención y elección de las monas en la pantalla gigante y en las expresiones de las actrices, cuenta: Las monas en esta obra devienen del pensamiento de los filósofos Fausto Reynaga y Rodolfo Kusch. Ambos abordan el pensamiento indio/indígena, sus batallas, conquistas y un panorama muy distinto al mundo occidental. Cuando abordan la conquista, el idioma español fue protagonista en los procederes. Las comunidades indígenas no hablaban español y sus sonidos eran escuchados por los conquistadores como de animales.

Las asociaciones del idioma de los indios de las yungas eran a los monos”, resume de todo lo leído, que explica algo que está a la vista hasta la actualidad. “Busqué imágenes de monos atravesados por el arte contemporáneo y recordé a un artista del Instituto Di Tella de la década del 70’, Edgardo Giménez con su obra ‘Las monas’”, continúa, “todo esto para hablar de un mismo origen de la tez morena de los personajes, de sus distintas miradas y de la revolución de mujeres indígenas de estos filósofos que ante adversidades plantean la sororidad para salvar el mundo”, concluyó.

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