Prudencio Creso estaba en litigio con su vecino, Armando Ciro, por causa de una aguada que ambos pretendían. Por ello consultó a Bautisto Solón, hombre con fama de sabio que despreció la lectura de la carta documento que don Ciro le enviara para leer en su lugar las hojas de coca, en las que confiaba más.
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Prudencio Creso estaba en litigio con su vecino, Armando Ciro, por causa de una aguada que ambos pretendían. Por ello consultó a Bautisto Solón, hombre con fama de sabio que despreció la lectura de la carta documento que don Ciro le enviara para leer en su lugar las hojas de coca, en las que confiaba más.
Las miró detenidamente, alzó los ojos y le señaló a Creso la más grande. ¿Ve?, le preguntó, no sólo está partida sino dada vuelta. El mensaje es muy claro, le agregó pero prefirió guardar un cauteloso silencio antes de continuar. Lo miró entonces de frente y le preguntó si estaba dispuesto a aceptar el dictamen de la coca.
Supongo que si, titubeó el otro creyendo que, de todos modos, también atendería al parecer de sus abogados. Solón sonrió y empezó a hablarle del destino, que no es más que la consecuencia de nuestros actos. Aún cuando la coca nos lo revele, puede ser tan claro como la palabra o tan oscuroÓ como la palabra, dijo.
Todo depende, al fin de cuentas, de quien lo escuche, agregó ante la impaciencia de don Prudencio. Sabiendo que no podía estirar más el asunto, Solón sentenció que de ese juicio se iba a terminar arruinando la propiedad más próspera de la región, y Creso se alegró porque pensó en los anchos campos de don Armando Ciro.
Bien, dijo entonces. Si es así ni siquiera respondo a la carta documento y que resuelva el juez, agregó poniéndose de pie para descorchar una sidra de la que le sirvió una copa a Solón y otra para él. Brindo por el final de Armando Ciro, dijo alzando la suya.