Cuando Perla le recriminó que acaso le importara más la renta del almacén que su marido, la esposa del almacenero le respondió, ofendida, que cómo esperaba que le pudiera interesar ese hombre capaz de decirle una guarangada a cada clienta que entraba al almacén, pero lo cierto es que tampoco me interesan las ganancias del negocio, que no son tantas como los vecinos piensan.
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Cuando Perla le recriminó que acaso le importara más la renta del almacén que su marido, la esposa del almacenero le respondió, ofendida, que cómo esperaba que le pudiera interesar ese hombre capaz de decirle una guarangada a cada clienta que entraba al almacén, pero lo cierto es que tampoco me interesan las ganancias del negocio, que no son tantas como los vecinos piensan.
Lo que realmente me molesta es que se me tenga por una tonta, dijo tapándose la cara con las manos. Y no que ese hombre opine que soy tonta, aclaró con evidente referencia a su marido, sino que ya las vecinas lo digan con descaro, y si fuera a serlo, si no me quedara más remedio que dejar esa imagen en la comunidad, le pido a don Dubin que me haga quedar acá como la más tonta de las mujeres que existen y existieron, porque si algo detesto es la mediocridad.
Lo dijo y se quedó en silencio, asombrada de sus propias confesiones y recibiendo un vaso de agua que le alcanzó Blanca. Ya decía mi madre, dijo al fin entre pucheros, que si no voy a ser la mejor, que al menos sea la más desgraciada, y el padrecito le tomó las manos, a modo de consuelo, para decirle que no hay que exagerar. ¿Por qué no?, le preguntó la mujer mirándolo a los ojos.
El religioso se quedó mudo entonces, porque los consuelos no suelen recibir más respuesta que el agradecimiento, nunca un reclamo de justificaciones, y alzó lo hombros para aconsejarle que haga lo que mejor le parezca, que al fin de cuentas parecía ser lo que esa mujer hacía siempre y le salía bien.
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