La esposa del almacenero terminaba de decir que detestaba que las mujeres bellas del barrio le coquetearan a su marido, pero reconoció que su marido no le interesaba ni tampoco las regalías del almacén, lo que le importaba era no quedar como tonta, no por lo que él opinara sino por lo que se dijera en el barrio, aunque de quedar como una tonta, prefería ser la más tonta de todas.
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La esposa del almacenero terminaba de decir que detestaba que las mujeres bellas del barrio le coquetearan a su marido, pero reconoció que su marido no le interesaba ni tampoco las regalías del almacén, lo que le importaba era no quedar como tonta, no por lo que él opinara sino por lo que se dijera en el barrio, aunque de quedar como una tonta, prefería ser la más tonta de todas.
Semejante silogismo nos dejó asombrados cuando alguien llamó a la puerta. Creímos que sería su esposo, pero al abrir vimos que era el Gualdivio, aquel que de joven tuvo en sus manos el corazón de Perla. Como en un teleteatro, Perla se quedó pasmada y mentó su nombre. El hombre se sorprendió. Ya no era joven ni bonito, pero, nervioso, buscó la mirada de la esposa del almacenero.
Se le acercó, le besó los labios y le dijo, en voz alta para que lo escuchemos, que ya estaba cansado de que se exponga tanto en estos Laberintos. Sé que está de moda ser mediática, le dijo, pero elegiría algún programa de televisión que garpa más que estos cuentos, agregó mirándome con gesto desafiante.
Ella le dio la mano y ambos se fueron sin despedirse, como si estuvieran ofendidos, entonces Perla trató de resumir sus conclusiones: eso quiere decir que el Gualdivio es el amante de la esposa del almacenero, ¿no? Y yo que creí que había que ser mínimamente atractiva para tener marido y tener amante, dijo dejando entrever su opinión. Todas las mujeres tienen sus armas de combate, aclaró Pierre Donadou Quispe sin especificar a cuál se refería en este caso.
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