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11 de Agosto,  Jujuy, Argentina
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La Iglesia de Tilcara, sencillez y belleza

Domingo, 05 de agosto de 2018 00:00

Con sus paredes despojadas en un blanco puro, con sus tirantes de cardón, con sus tallas de cinco rostros barbados y una mujer bajo el coro y sus pinturas cusqueñas de la vida de la Virgen María, tallas y cuadros que datan de la época colonial, con las dos pinturas con que José Armanini rescata la procesión al Abra de Punta Corral en 1960 y con la misma Virgen de Copacabana, en un altar lateral, hechura de Edmundo Villarreal en los setenta, con el altar blanco con columnas ocre, desde cuyas hornacinas nos contemplan las imágenes sagradas, entre ellas la Dolorosa y Francisco, y el Crucificado de piel cobriza, la iglesia de Tilcara expresa su mensaje religioso con suma belleza.

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Con sus paredes despojadas en un blanco puro, con sus tirantes de cardón, con sus tallas de cinco rostros barbados y una mujer bajo el coro y sus pinturas cusqueñas de la vida de la Virgen María, tallas y cuadros que datan de la época colonial, con las dos pinturas con que José Armanini rescata la procesión al Abra de Punta Corral en 1960 y con la misma Virgen de Copacabana, en un altar lateral, hechura de Edmundo Villarreal en los setenta, con el altar blanco con columnas ocre, desde cuyas hornacinas nos contemplan las imágenes sagradas, entre ellas la Dolorosa y Francisco, y el Crucificado de piel cobriza, la iglesia de Tilcara expresa su mensaje religioso con suma belleza.

Las escenas de la vida de María se proyectan con ese estilo barroco con que se engalanan tantos templos de la región, sirviendo a la evangelización desde la imagen.

Su Dormición, con los variados actos que retratan a sus testigos y el hombre leyendo las profecías en primer plano, las variadas expresiones de los presentes en su desposorio con José, la Anunciación, la Presentación del Niño a los Reyes Magos, La Huida a Egipto y el encuentro con Isabel, madre de Juan el Bautista, forman un conjunto bien representativo del estilo cusqueño.

José Armanini nos presenta las siluetas casi sombras de hombres y mujeres que llegan con sus velas al Santuario, sin más entorno que una cruz con el Cristo, la ermita donde descansa la imagen sagrada, la urna blanca de la Virgen y los cerros del occidente tilcareño en ambos fondos.

Los hombres tallados en la madera que sostiene el coro, así como la mujer, de quienes se ignora a quienes podrían representar, tienen una fuerza cruda y una expresión que conmueven.

La Virgen carga con la memoria de millares de peregrinos que la suben y regresan del Abra para las Pascuas, y con el dolor de un hombre, el autor de su hechura, que recibe la noticia de la muerte de su hija, fusilada en Trelew, cuando realizaba la talla del Cristo que por años estuvo en la capilla del Santuario.

Las imágenes del altar, ajeno a los recargados y ostentaciones de otras capillas de la zona, parecen empequeñecerse en sus hornacinas, desde donde expresan sus símbolos y su bendición.

Y el Crucificado, apenas más oscuro que la Cruz y el entablillado del fondo, concluyen una sencillez que inspira a sus visitantes en el mismo modo de la fe de los tilcareños.

 

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