Cuando el albañil fue a pagar la cuota del auto, el banquero levantó la vista por sobre sus gafas y lo miró sorprendido. ¿Y de dónde sacaste el dinero si aún no han pagado los jornales?, le preguntó porque confiaba en los intereses que le cobraría porque la fecha de vencimiento siempre era anterior.
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Cuando el albañil fue a pagar la cuota del auto, el banquero levantó la vista por sobre sus gafas y lo miró sorprendido. ¿Y de dónde sacaste el dinero si aún no han pagado los jornales?, le preguntó porque confiaba en los intereses que le cobraría porque la fecha de vencimiento siempre era anterior.
De donde yo saque mi plata es asunto mío, dijo el albañil agrandado. A usted le alcanza con que le pague, agregó y el banquero, sacándose las gafas para limpiarlas con un pañuelo, le sonrió para decirle que podían hablar en otros términos convenientes para ambas partes.
Vea, sugirió para sorpresa del albañil mientras sacaba una botella de whisky de abajo del escritorio y servía dos vasos. A mí me interesa conocer la fuente de su dinero, y acaso si la sé pueda perdonarle las cuotas que le faltan, le dijo. ¿Y el auto va a ser mío?, preguntó el albañil y el banquero meneó la cabeza de arriba hacia abajo.
Entonces, banquero y albañil fueron juntos hasta la casa del tontito, que vivía en la parte más humilde del barrio en una casa del tamaño casi de una letrina, y el banquero se sentó junto al tontito, vaya a saberse qué le dijo y se fue con una valija llena de doblones de plata, y al regresar al banco puso un cartel que ofrecía dinero a muy bajo interés.
Tan buena era la oferta del banquero que de la ciudad misma se llegaron empresarios y financistas a tomar créditos, y así el banquero tuvo que regresar pronto donde el tontito para pedirle más doblones, que el otro no le supo negar, pese a que sospechaba lo peor.