Carmen se mostró sorprendida de la gente que iba llegando, porque hay rostros desconocidos, cada cual con su pequeña o gran necesidad de fe, cada quien con la causa que lo llevó tras el rastro de estas dos piedras en las que, una sobre un fondo oscuro en el que parece estar el cielo nocturno y la otra mitad como si fuera el día, hay una imagen que pareciera ser la silueta de la advocación de Guadalupe subiendo por los cerros.
Una mitad, la más pesada y grande, la encontraron el 23 de julio pasado camino al Chorro, al otro día del aniversario de la aparición de la Virgen del Abra de Punta Corral, y la segunda, que es la parte complementaria de la misma piedra partida, tres días más tarde.
La que es más pequeña y liviana, acompañó esta primera caminata que nadie se anima aún a llamar procesión.
Hay cautela en los comentarios y hay emoción. La piedra, envuelta en un aguayo marrón claro, es alzada en brazos contra el vientre de los fieles por su peso, fieles que se van turnando para llevarla. Quienes se acercan, tocan la clara imagen natural y se persignan.
Se suceden los comentarios: alguien la ve embarazada y una muchacha confiesa que ese es su pedido. Otros callan sus motivos, otros dicen querer ser partícipes de una veneración que sienten ver nacer e imaginan cómo será con el tiempo.
Algunos llegan tarde y encienden sus velas, bajo algunas piedras, en esta banda del río, cuando los otros ya bajaron por un barranco abrupto cuyo sendero angosto está muy barroso por la lluvia, cruzaron el río tras descalzarse y arremangarse los pantalones, y emprendieron el ascenso por la playa, hoy seca, que en algunos meses será cubierta por las aguas que bajan del Chorro.
La madre de Carmen vive a medio cerro, alto con sus majadas y sus 81 años a cuestas, y a su casa se dirigían cuando vieron por primera vez la primera mitad de la piedra.
Este viernes, el destino fue el sitio de la aparición, cuya presencia tienen ya por milagrosa.
Es difícil entrar en la intimidad de cada uno, poder resumir sus intenciones, sus deseos, cuando el andar deja la sensación de alegría compartida mientras se va rezando el rosario.
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Carmen se mostró sorprendida de la gente que iba llegando, porque hay rostros desconocidos, cada cual con su pequeña o gran necesidad de fe, cada quien con la causa que lo llevó tras el rastro de estas dos piedras en las que, una sobre un fondo oscuro en el que parece estar el cielo nocturno y la otra mitad como si fuera el día, hay una imagen que pareciera ser la silueta de la advocación de Guadalupe subiendo por los cerros.
Una mitad, la más pesada y grande, la encontraron el 23 de julio pasado camino al Chorro, al otro día del aniversario de la aparición de la Virgen del Abra de Punta Corral, y la segunda, que es la parte complementaria de la misma piedra partida, tres días más tarde.
La que es más pequeña y liviana, acompañó esta primera caminata que nadie se anima aún a llamar procesión.
Hay cautela en los comentarios y hay emoción. La piedra, envuelta en un aguayo marrón claro, es alzada en brazos contra el vientre de los fieles por su peso, fieles que se van turnando para llevarla. Quienes se acercan, tocan la clara imagen natural y se persignan.
Se suceden los comentarios: alguien la ve embarazada y una muchacha confiesa que ese es su pedido. Otros callan sus motivos, otros dicen querer ser partícipes de una veneración que sienten ver nacer e imaginan cómo será con el tiempo.
Algunos llegan tarde y encienden sus velas, bajo algunas piedras, en esta banda del río, cuando los otros ya bajaron por un barranco abrupto cuyo sendero angosto está muy barroso por la lluvia, cruzaron el río tras descalzarse y arremangarse los pantalones, y emprendieron el ascenso por la playa, hoy seca, que en algunos meses será cubierta por las aguas que bajan del Chorro.
La madre de Carmen vive a medio cerro, alto con sus majadas y sus 81 años a cuestas, y a su casa se dirigían cuando vieron por primera vez la primera mitad de la piedra.
Este viernes, el destino fue el sitio de la aparición, cuya presencia tienen ya por milagrosa.
Es difícil entrar en la intimidad de cada uno, poder resumir sus intenciones, sus deseos, cuando el andar deja la sensación de alegría compartida mientras se va rezando el rosario.