Martín Miguel de Güemes, un hombre de su tiempo con mensajes para nuestro tiempo
El reconocimiento nacional a la condición de héroe y Padre de la Patria que acreditaron la vida, la lucha y la muerte de Martín Miguel de Güemes convierte a este aniversario en un acontecimiento especial.
El héroe es siempre un hombre de carne y hueso, que vive en un tiempo determinado, en una experiencia cultural y una visión del mundo irrepetibles. El relato histórico convierte a ese hombre en arquetipo. Cuando ese relato se construye aplicando los criterios y los métodos de la ciencia histórica, es decir, a partir de los hechos y sus contextos, ese arquetipo se transforma en referencia y fortalece la identidad nacional o provincial.
Cuando el relato es una construcción literaria que trata de acomodar a los próceres al mandato de la ideología vigente, es decir, cuando es un mero relato, solo sirve para la politiquería menor.
La historia del caudillo salteño no se explica con las polaridades entre "los buenos y los malos". Martín Güemes fue un militar de carrera comprometido con la ruptura con la colonia española y con la independencia de la nueva nación. Su cercanía con José de San Martín y Manuel Dorrego y sus choques con José Rondeau e incluso con Manuel Belgrano se debieron a diferencias políticas y estratégicas acerca del rol del Ejército de línea y de las funciones que correspondían a las milicias gauchas.
Su "fuero gaucho" fue una institución que igualaba la condición de soldados y milicianos durante los doce años en los cuales se prolongó la guerra de la independencia en nuestra región. Se trata de un hecho pocas veces recordado. La historia escolar, habitualmente, da por concluida esa guerra dentro del territorio argentino con las batallas de Salta y Tucumán. La realidad es que la lucha se prolongó aquí, tal como ocurría en las actuales Bolivia, Chile y Perú. Al gobierno porteño le costaba entender la posición de Güemes, como tampoco respaldaba como era necesario la campaña del Ejército de los Andes.
La guerra de la independencia, en un principio, fue un enfrentamiento político entre españoles realistas y españoles criollos. Fue un proceso revolucionario que modificaba las relaciones de poder, entre una corona española maltrecha por las guerras en el viejo continente y una colonia en crisis. Los revolucionarios pertenecían a las burguesías urbanas; eran profesionales educados en las mejores universidades españolas, comerciantes acaudalados o militares. Las ideas de la Revolución Francesa dieron el marco teórico, pero mucha más fuerza tuvieron la vocación por el libre comercio y los acuerdos con Francia y Gran Bretaña, enemigos de España, y también los deseos de ascenso social de amplios sectores sociales.
Esta es una segunda referencia a nuestro presente. En un clima de beligerancia constante, había muchos conflictos por resolver, que enfrentaban a los hacendados con los comerciantes y generaban fuertes expectativas entre los sectores populares que recibían el impacto de esas confrontaciones.
Güemes fue un caudillo popular, ungido a los treinta años gobernador de Salta, pero debía comandar a una sociedad dividida por lealtades a dos gobiernos distantes, el de Buenos Aires y el de Madrid, cuando las diferencias no podían plantearse en términos absolutos, de "blanco o negro", de "el bien y el mal". Nadie podía afirmar, en ese momento, que la suerte que esperaba a los pueblos tras la derrota de España fuera a ser mejor que la que se vivía con el virreinato.
La historia se estaba construyendo, como se construye ahora. Güemes era amado y odiado.
En primer lugar, era un hombre de carne y hueso. La reconstrucción histórica de su personalidad no es simple. Incluso, a pesar de su protagonismo político, es uno de los pocos próceres que no posó jamás para un pintor. Los cuadros que lo recuerdan no tuvieron como modelo a un descendiente que, según la familia, se le parecía mucho. No solo en eso se distingue: también es el único general argentino muerto en combate. Porque en junio de 1821, en Salta continuaba la guerra.
Güemes era un militar que reclutaba gauchos para una guerra de guerrillas, en la que el conocimiento de las selvas y los altiplanos otorgaba ventajas categóricas a esas milicias irregulares, pero perfectamente militarizadas y conducidas por un estratega de carrera. No se trataba de un patrón de estancia que llevaba a peones y puesteros hacia donde él pretendía. Era un jefe militar que otorgó a sus tropas garantías, honores y resarcimientos.
Eran los primeros pasos hacia una democracia que dos siglos después sigue en pañales. Salta era entonces una fuerte plaza comercial; hoy, una región con enormes recursos y enorme pobreza, con problemas tan distantes para los centros de poder como los de las primeras décadas del siglo XIX. Como entonces, los salteños tenemos que asumir la construcción de nuestra historia.
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Martín Miguel de Güemes, un hombre de su tiempo con mensajes para nuestro tiempo
El reconocimiento nacional a la condición de héroe y Padre de la Patria que acreditaron la vida, la lucha y la muerte de Martín Miguel de Güemes convierte a este aniversario en un acontecimiento especial.
El héroe es siempre un hombre de carne y hueso, que vive en un tiempo determinado, en una experiencia cultural y una visión del mundo irrepetibles. El relato histórico convierte a ese hombre en arquetipo. Cuando ese relato se construye aplicando los criterios y los métodos de la ciencia histórica, es decir, a partir de los hechos y sus contextos, ese arquetipo se transforma en referencia y fortalece la identidad nacional o provincial.
Cuando el relato es una construcción literaria que trata de acomodar a los próceres al mandato de la ideología vigente, es decir, cuando es un mero relato, solo sirve para la politiquería menor.
La historia del caudillo salteño no se explica con las polaridades entre "los buenos y los malos". Martín Güemes fue un militar de carrera comprometido con la ruptura con la colonia española y con la independencia de la nueva nación. Su cercanía con José de San Martín y Manuel Dorrego y sus choques con José Rondeau e incluso con Manuel Belgrano se debieron a diferencias políticas y estratégicas acerca del rol del Ejército de línea y de las funciones que correspondían a las milicias gauchas.
Su "fuero gaucho" fue una institución que igualaba la condición de soldados y milicianos durante los doce años en los cuales se prolongó la guerra de la independencia en nuestra región. Se trata de un hecho pocas veces recordado. La historia escolar, habitualmente, da por concluida esa guerra dentro del territorio argentino con las batallas de Salta y Tucumán. La realidad es que la lucha se prolongó aquí, tal como ocurría en las actuales Bolivia, Chile y Perú. Al gobierno porteño le costaba entender la posición de Güemes, como tampoco respaldaba como era necesario la campaña del Ejército de los Andes.
La guerra de la independencia, en un principio, fue un enfrentamiento político entre españoles realistas y españoles criollos. Fue un proceso revolucionario que modificaba las relaciones de poder, entre una corona española maltrecha por las guerras en el viejo continente y una colonia en crisis. Los revolucionarios pertenecían a las burguesías urbanas; eran profesionales educados en las mejores universidades españolas, comerciantes acaudalados o militares. Las ideas de la Revolución Francesa dieron el marco teórico, pero mucha más fuerza tuvieron la vocación por el libre comercio y los acuerdos con Francia y Gran Bretaña, enemigos de España, y también los deseos de ascenso social de amplios sectores sociales.
Esta es una segunda referencia a nuestro presente. En un clima de beligerancia constante, había muchos conflictos por resolver, que enfrentaban a los hacendados con los comerciantes y generaban fuertes expectativas entre los sectores populares que recibían el impacto de esas confrontaciones.
Güemes fue un caudillo popular, ungido a los treinta años gobernador de Salta, pero debía comandar a una sociedad dividida por lealtades a dos gobiernos distantes, el de Buenos Aires y el de Madrid, cuando las diferencias no podían plantearse en términos absolutos, de "blanco o negro", de "el bien y el mal". Nadie podía afirmar, en ese momento, que la suerte que esperaba a los pueblos tras la derrota de España fuera a ser mejor que la que se vivía con el virreinato.
La historia se estaba construyendo, como se construye ahora. Güemes era amado y odiado.
En primer lugar, era un hombre de carne y hueso. La reconstrucción histórica de su personalidad no es simple. Incluso, a pesar de su protagonismo político, es uno de los pocos próceres que no posó jamás para un pintor. Los cuadros que lo recuerdan no tuvieron como modelo a un descendiente que, según la familia, se le parecía mucho. No solo en eso se distingue: también es el único general argentino muerto en combate. Porque en junio de 1821, en Salta continuaba la guerra.
Güemes era un militar que reclutaba gauchos para una guerra de guerrillas, en la que el conocimiento de las selvas y los altiplanos otorgaba ventajas categóricas a esas milicias irregulares, pero perfectamente militarizadas y conducidas por un estratega de carrera. No se trataba de un patrón de estancia que llevaba a peones y puesteros hacia donde él pretendía. Era un jefe militar que otorgó a sus tropas garantías, honores y resarcimientos.
Eran los primeros pasos hacia una democracia que dos siglos después sigue en pañales. Salta era entonces una fuerte plaza comercial; hoy, una región con enormes recursos y enorme pobreza, con problemas tan distantes para los centros de poder como los de las primeras décadas del siglo XIX. Como entonces, los salteños tenemos que asumir la construcción de nuestra historia.
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