La propiedad del macho
El escándalo planteado por la nominación de Pablo Robbio Saravia para recibir acuerdo como juez, más allá de cuestiones familiares que solo se conocen en la intimidad de la familia, es una muestra del peso decisivo de la cultura machista en la vida de la provincia, y del país.
La conducta de los responsables políticos muestra una permisividad hacia la violencia de género que solo se explica si, aunque sea con actitud vergonzante, se da por supuesto que la mujer sigue siendo propiedad del macho. Si no hubieran reaccionado – tras hacerse eco de denuncias no oficiales- el Colegio de Abogados y el Observatorio de Violencia contra la Mujer, nadie se hubiera enterado en Salta de que un golpeador puede llegar a ser juez. Es más que probable que los senadores oficialistas le hubieran dado acuerdo.
Esa conducta posesiva es un impulso que se observa en las formas más primitivas de la biología, pero perdura aún en la civilización humana, supuestamente, la cima de la cadena evolutiva.
Los femicidios más resonantes sucedidos en Salta reproducen esa matriz. Según el testimonio del condenado Gustavo Lasi, él y sus dos cómplices (uno absuelto por el beneficio de la duda) "capturaron" a Houria Moumni y Cassandre Bouvier aprovechando que estaban solas en las serranías de San Lorenzo. En marzo de 2012, un guía lugareño violó a una turista japonesa en El Divisadero, luego de llevarla a una caminata de cuatro horas. Funcionarios locales acusaron a la víctima por imprudencia, pero la Justicia condenó al guía. La maestra Evelia Murillo fue asesinada en El Bobadal por un femicida que quería obligar a una joven alumna a tener sexo con él. Hace pocos días, en Caraparí, un casero capturó a Marianela Gracionis cuando caminaba sola por una zona rural, la mató y luego se suicidó.
La modalidad se repite en forma sistemática.
En el caso de Robbio Saravia, las versiones sobre las denuncias de violencia familiar formuladas por su ex mujer eran conocidas por todos, pero el Consejo de la Magistratura, aparentemente, se sentó a esperar que nunca llegaran formalmente a su recinto.
El femicidio y la violencia familiar son antiguos como la humanidad, pero si los poderes del Estado lo minimizan con actitudes tolerantes, no habrá solución. Los casos de Artidorio Cresseri, el autor de La López Pereyra, y de Juana Figueroa, son un dato que no puede ser ignorado. A lo largo de un siglo, ambos episodios generaron justificativos machistas de parte de referentes políticos, judiciales y culturales. Pero no es solamente Salta. El poema tanguero Amablemente, popularizado por Edmundo Rivero, es literalmente una pieza icónica en la literatura femicida, cuyo espíritu atraviesa el corazón de la "música ciudadana". Si no se transforma la cultura, especialmente, la de los líderes, no habrá "emergencia" que valga.
La propiedad del macho
El escándalo planteado por la nominación de Pablo Robbio Saravia para recibir acuerdo como juez, más allá de cuestiones familiares que solo se conocen en la intimidad de la familia, es una muestra del peso decisivo de la cultura machista en la vida de la provincia, y del país.
La conducta de los responsables políticos muestra una permisividad hacia la violencia de género que solo se explica si, aunque sea con actitud vergonzante, se da por supuesto que la mujer sigue siendo propiedad del macho. Si no hubieran reaccionado – tras hacerse eco de denuncias no oficiales- el Colegio de Abogados y el Observatorio de Violencia contra la Mujer, nadie se hubiera enterado en Salta de que un golpeador puede llegar a ser juez. Es más que probable que los senadores oficialistas le hubieran dado acuerdo.
Esa conducta posesiva es un impulso que se observa en las formas más primitivas de la biología, pero perdura aún en la civilización humana, supuestamente, la cima de la cadena evolutiva.
Los femicidios más resonantes sucedidos en Salta reproducen esa matriz. Según el testimonio del condenado Gustavo Lasi, él y sus dos cómplices (uno absuelto por el beneficio de la duda) "capturaron" a Houria Moumni y Cassandre Bouvier aprovechando que estaban solas en las serranías de San Lorenzo. En marzo de 2012, un guía lugareño violó a una turista japonesa en El Divisadero, luego de llevarla a una caminata de cuatro horas. Funcionarios locales acusaron a la víctima por imprudencia, pero la Justicia condenó al guía. La maestra Evelia Murillo fue asesinada en El Bobadal por un femicida que quería obligar a una joven alumna a tener sexo con él. Hace pocos días, en Caraparí, un casero capturó a Marianela Gracionis cuando caminaba sola por una zona rural, la mató y luego se suicidó.
La modalidad se repite en forma sistemática.
En el caso de Robbio Saravia, las versiones sobre las denuncias de violencia familiar formuladas por su ex mujer eran conocidas por todos, pero el Consejo de la Magistratura, aparentemente, se sentó a esperar que nunca llegaran formalmente a su recinto.
El femicidio y la violencia familiar son antiguos como la humanidad, pero si los poderes del Estado lo minimizan con actitudes tolerantes, no habrá solución. Los casos de Artidorio Cresseri, el autor de La López Pereyra, y de Juana Figueroa, son un dato que no puede ser ignorado. A lo largo de un siglo, ambos episodios generaron justificativos machistas de parte de referentes políticos, judiciales y culturales. Pero no es solamente Salta. El poema tanguero Amablemente, popularizado por Edmundo Rivero, es literalmente una pieza icónica en la literatura femicida, cuyo espíritu atraviesa el corazón de la "música ciudadana". Si no se transforma la cultura, especialmente, la de los líderes, no habrá "emergencia" que valga.