Argentina, tan ciega y tan violenta
El 24 de marzo se cumplen los 40 años del que para muchos es "el día más negro de la historia argentina". La interpretación de los acontecimientos históricos puede estar regida por los hechos o por la ideología. En el caso de la dictadura, la ideología parece prevalecer sobre los hechos.
La polémica desencadenada sobre el número de los desaparecidos es frívola. Jorge Luis Borges lo sintetizó en las postrimerías de la dictadura: "Con que haya uno, es horroroso".
El odio a la dictadura viene a llenar un vacío ideológico profundo. Tan profundo, que oculta la profundidad de la violencia política en la Argentina. Una generación que vivió los enfrentamientos de los sesenta y los setenta mirando la historia desde la vereda construyó una caricatura monstruosa del aparato represivo y convirtió a mediocres y corruptos líderes militares en sobredimensionados estadistas (del mal).
Esa visión infantil, alimentada por pensadores de izquierda que en los setenta descubrían rasgos democráticos en Jorge Videla, convierte en anatema a quien se le ocurra hablar de "guerra". Las revistas de la militancia indican que los proyectos planteaban la guerra "integral, popular y prolongada". Por el desequilibrio de fuerzas, todo terminó en exterminio.
Pero el gran triunfo de Videla es ese. Ellos, los militares, sostenían que en la guerra todo vale. Sus antagonistas afirman que no hubo guerra. La verdadera diferencia, ética e ideológica, consistiría en decir que ni la guerra justifica la violación de derechos humanos.
Esa izquierda oportunista prefiere olvidar a Felipe Vallese, desaparecido en 1962, y a Julio López, secuestrado en 2006, durante la presidencia de Néstor Kirchner.
La historia, seguramente, va a dividir al siglo XX argentino en tres grandes etapas: la institucionalidad y el yrigoyenismo (hasta 1930); el golpismo y el peronismo (1930 1983) y el ensayo democrático, que se de bate entre populismo y república.
Argentina, tan ciega y tan violenta
El 24 de marzo se cumplen los 40 años del que para muchos es "el día más negro de la historia argentina". La interpretación de los acontecimientos históricos puede estar regida por los hechos o por la ideología. En el caso de la dictadura, la ideología parece prevalecer sobre los hechos.
La polémica desencadenada sobre el número de los desaparecidos es frívola. Jorge Luis Borges lo sintetizó en las postrimerías de la dictadura: "Con que haya uno, es horroroso".
El odio a la dictadura viene a llenar un vacío ideológico profundo. Tan profundo, que oculta la profundidad de la violencia política en la Argentina. Una generación que vivió los enfrentamientos de los sesenta y los setenta mirando la historia desde la vereda construyó una caricatura monstruosa del aparato represivo y convirtió a mediocres y corruptos líderes militares en sobredimensionados estadistas (del mal).
Esa visión infantil, alimentada por pensadores de izquierda que en los setenta descubrían rasgos democráticos en Jorge Videla, convierte en anatema a quien se le ocurra hablar de "guerra". Las revistas de la militancia indican que los proyectos planteaban la guerra "integral, popular y prolongada". Por el desequilibrio de fuerzas, todo terminó en exterminio.
Pero el gran triunfo de Videla es ese. Ellos, los militares, sostenían que en la guerra todo vale. Sus antagonistas afirman que no hubo guerra. La verdadera diferencia, ética e ideológica, consistiría en decir que ni la guerra justifica la violación de derechos humanos.
Esa izquierda oportunista prefiere olvidar a Felipe Vallese, desaparecido en 1962, y a Julio López, secuestrado en 2006, durante la presidencia de Néstor Kirchner.
La historia, seguramente, va a dividir al siglo XX argentino en tres grandes etapas: la institucionalidad y el yrigoyenismo (hasta 1930); el golpismo y el peronismo (1930 1983) y el ensayo democrático, que se de bate entre populismo y república.