Laberintos humanos. Mate dulce.
Por la mañana, Antonino Busca le alcanzó un mate dulce al subcomisario. Pierrolo tomó entre sus manos y le preguntó si le había hablado alguna vez de Ramiro Buenomo, pero el joven jamás había escuchado ese nombre. Deberían conocerlo todos los que ingresan a la fuerza. Yo lo conocí ya muy viejito, dijo BautistoPierro.
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Laberintos humanos. Mate dulce.
Por la mañana, Antonino Busca le alcanzó un mate dulce al subcomisario. Pierrolo tomó entre sus manos y le preguntó si le había hablado alguna vez de Ramiro Buenomo, pero el joven jamás había escuchado ese nombre. Deberían conocerlo todos los que ingresan a la fuerza. Yo lo conocí ya muy viejito, dijo BautistoPierro.
Hay gente para quien la vejez es una maldad, agregó mientras Busca le cebaba otro mate. Buenomo fue uno de ellos, pero qué se le va a hacer, esas son cosas que no están en nuestras manos. Don Ramiro sabía cuándo un hombre, de sólo apearse del caballo, le venía con una denuncia seria o eran macanas.
No precisaba más que verlos llegar a la seccional, y por la caminada ya sabía lo que debía esperarse, cosa que alguna vez quiso enseñarme: mirá, Bautisto, sabía decirme. Ese que cierra los dedos de los pies dentro de la alpargata, algo se trae entre manos. Aquel que camina como saltando, ese ni miente ni dice la verdad.
Pero era como enseñar a patear un tiro libre con cálculos geométricos. Nadie era capaz de aprenderlo con esas lecciones, cuando lo mejor era seguirlo en sus andadas, que si no se terminaba sabiendo del modo de juzgar certeramente a las personas, al menos se conocía el modo de actuar de un gran hombre.
Don Ramiro Buenomo era firme pero no era violento. No precisaba más que mirar fijo, y sólo por un instante, para saber que se le obedecería, le dijo Pierro a Busca. Y cuando sentía que no se le iba a hacer caso, meneaba la cabeza, se preguntaba que qué se le va a hacer y se resignaba.