El hombre vestido de plateado tocó dos botones luminosos para que la máquina infernal volviera a bramar y moverse por la pista negra. Pronto corrían sin comprender a qué máquina se habían subido. Pedro y Pablo le dijeron que andaban tras los pasos de las tropas abajeñas para hostigarlos mientras la población se hundía en su éxodo y el hombre vestido de plateado los miró asombrado.
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El hombre vestido de plateado tocó dos botones luminosos para que la máquina infernal volviera a bramar y moverse por la pista negra. Pronto corrían sin comprender a qué máquina se habían subido. Pedro y Pablo le dijeron que andaban tras los pasos de las tropas abajeñas para hostigarlos mientras la población se hundía en su éxodo y el hombre vestido de plateado los miró asombrado.
Yo también escapo, les dijo, pero de la extirpación de herejías que desataron los patrones. ¿Qué es eso?, le preguntaron los hermanos y el hombre que conducía esa máquina les empezó a explicar el caso con palabras trastocadas.
Hace años que trabajo en esta empresa de transportes, les dijo. Como tantos camioneros, soy devoto del Gauchito pero ya hace tiempo que los patrones persiguen a los que profesamos esta fe. Y Pedro, tratando de deducir si era una pesadilla o una de las puertas del infierno, le preguntó qué eran los camioneros y qué era ser devoto del Gauchito.
Son dos cosas emparentadas, le dijo el hombre vestido de plateado sin comprender, a su vez, como podían ignorarlo. ¿De dónde vienen ustedes que no lo saben?, les dijo tomando en cuenta lo antiguo de sus uniformes. Estamos guerreando contra la tiranía abajeña que pretende imponernos sus modos de gobierno, dijo Pablo.
Somos soldados y estamos bajo el mando del caudillo Ibarra, agregó Pedro y el camionero sonrió como si se tratara de una broma. Si eso fuera posible, ustedes viven en un tiempo en el que no había camiones y el Gauchito no sé si había nacido, les dijo el hombre.