Pedro montaba guardia y escuchó el canto de un ave de la selva que era ajena a esos montes tucumanos donde guerreaban. Buscó el llamado hasta dar con Kerioco, quien con Tomasito habían desaparecido en el último entrevero: vengo a buscarte, le dijo Kerioco. Esta no es nuestra guerra.
inicia sesión o regístrate.
Pedro montaba guardia y escuchó el canto de un ave de la selva que era ajena a esos montes tucumanos donde guerreaban. Buscó el llamado hasta dar con Kerioco, quien con Tomasito habían desaparecido en el último entrevero: vengo a buscarte, le dijo Kerioco. Esta no es nuestra guerra.
Así supo que su amigo no había caído prisionero sino que había desertado, pero ya pensaba que para un hombre no había más chance que alistarse en alguno de los bandos de la guerra. Kerioco le insistió argumentando que el monte y la selva son anchos para que los encuentren y debían elegir su destino, no resignarse.
También le dijo que vio como Tomasito cayó prisionero de los contrarios, que se lo llevaron cuando huyeron, inferiores en número. Pedro dudó de que desertar fuera la mejor de las decisiones y le pidió pensarlo hasta el alba, cuando se encontrarían en una vertiente cercana, si es aceptaba huir con él.
Entonces regresó a su guardia en el campamento hasta que le llegó la hora de descansar y se acercó al fogón. Allí estaba Pablo desvelado porque temía por la suerte de su amigo Tomasito y de Kerioco, el indio amigo de Pedro, quien le sugirió que no los esperara porque Tomasito estaba prisionero del enemigo y Kerioco no volvería.
¿Cómo lo sabés?, quiso saber Pablo. Sé que Kerioco no siente que esta guerra sea suya, que para él no es más que un entrevero entre hijos de españoles, le respondió mirando al monte oscuro. Pablo entonces empezó a contar su historia, que es lo que hacen los guerreros antes de emprender una batalla.