El cerro Cono estaba arrodillado a nuestro lado, bajo el árbol en el que había cantado la calandria, y nos contaba de ese carnaval en el que Santiago, apenas con un par de coplas coquetas, se había alzado con la bella cerro Negro, que hasta entonces había sido su compañera de juegos y, todos pensaban, su futura mujer.
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El cerro Cono estaba arrodillado a nuestro lado, bajo el árbol en el que había cantado la calandria, y nos contaba de ese carnaval en el que Santiago, apenas con un par de coplas coquetas, se había alzado con la bella cerro Negro, que hasta entonces había sido su compañera de juegos y, todos pensaban, su futura mujer.
Entonces nos dijo que en cuanto me corrí del medio, pensando en que Santiago era mejor que yo y la merecía, se acercó otra mujer en la que nunca antes reparé porque sólo tenía ojos para la bella cerro Negro. Fue esa la primera vez que me detuve en la belleza de la joven cerro Morado.
Nunca me había fijado que, bajo su carita de sol por la mañana, dejaba su seno desnudo en medio del escote del Huasamayo, y viéndola, nos dijo el cerro Cono, me olvidé de la mocita cerro Negro, con quien había sido criado para que reemplazáramos a la Coya y al Inca en cuanto ellos debieran descender al verde de las yungas.
Les juro que, viendo el seno del cerro Morado en el escote del Huasamayo, ya no pensé en que había perdido a mi hermosa cerro Negro en manos de Santiago. Y eso sucedió un carnaval, nos dijo el cerro Cono, y muchas de las cosas que sucedieron en esta tierra desde entonces surgen, como el agua del ojito, de los hechos de esa tarde.
Porque la Coya y el Inca nos había criado pensando en que nuestra belleza iba a tornarse sabiduría, pero jamás imaginaron que no íbamos a pasar la eternidad mirándonos, yo desde occidente (nos dijo el cerro Cono) y la bella cerro Negro por donde nace el sol.