Cualquiera que lea estos Laberintos va a creer que son cosas ciertas, me dijo el padrecito. Y bueno, dijo Juan José Ferreira Miranda, también hay gente que cree que son ciertas las otras cosas que salen en un diario. Hay cada uno que cree en cada cosas, dijo Isidoro Ducase cuando el peluquero sugirió que siguiera con mi cuento.
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Cualquiera que lea estos Laberintos va a creer que son cosas ciertas, me dijo el padrecito. Y bueno, dijo Juan José Ferreira Miranda, también hay gente que cree que son ciertas las otras cosas que salen en un diario. Hay cada uno que cree en cada cosas, dijo Isidoro Ducase cuando el peluquero sugirió que siguiera con mi cuento.
Como les decía, dije, el cerro Cono estaba arrodillado a nuestro lado preguntándonos si alguna vez vimos una espalda desnuda tan bella como la del cerro Negro, que se había alzado sobre el horizonte oriental, y el machado que me convidaba de su vino le recordaba al cerro que todos los otros días, al menos desde que él tenía memoria, lo había visto mirar el seno del Morado en el escote del Huasamayo.
Es cierto, consintió el cerro Cono bajando los ojos con algo de tristeza. Siempre y cada tarde miro el escote del Huasamayo con una fidelidad de la que sólo entendemos las más altas montañas, y durante miles de millones de años no he dejado de hacerlo con verdadero placer, pero esta noche descubrí la belleza de la espalda del cerro Negro.
¿Han visto ustedes alguna vez una cosa igual?, nos preguntó y cuando yo le estaba por responder que nunca había visto nada semejante, el machado lo encaró al cerro Cono para decirle que los cerros son justamente cerros por no dejar de mirar adonde miran, y que por ello los mortales les dedicamos lo más profundo de nuestra veneración.
No deja de ser cierto, volvió a darle la razón el cerro, tan cierto como que esta vez cambié de deseo y estoy dispuesto a pelear por ello, dijo.