Winniput seguía estudiando ese tiesto que pretendía fuera un antiguo calendario quebradeño que databa la cantidad exacta de los carnavales, cuando fue citado a las oficinas de un alto funcionario preocupado por las consecuencias que semejante tesis, por más académica que fuera, pudiera acarrear a la economía provincial.
Winniput sostenía, sin duda exageradamente, que el saber científico no se ensucia las manos con dinero, y cuando el alto funcionario empezaba a citarle una larga lista de casos que demostraban lo contrario, Winniput lo detuvo con la mano en alto para explicarle que el fin del Carnaval era la profecía menos importante que se desprendía de su estudio de ese tiesto hallado en Perchel.
El alto funcionario no siguió hablando de los daños a la industria turística, que tenía proyectados en cifras escandalosas, ni de la angustia que se acumularía en la población que esperaba el año próximo para asistir a los carnavales quebradeños, sino que se puso pálido y le pidió al científico que, si le iba a hablar de esas profecías, lo hiciera en voz baja.
Así lo hizo Winniput, y entonces le dijo al oído una serie de cosas que parecía corroborar señalando algunos raspones del lomo del tiesto. Que cosa, dijo el alto funcionario preocupado, ¿y sobre eso podemos guardar el secreto? Sin duda, dijo Winniput guardando en su bolsillo un grueso fajo de billetes con que el alto funcionario subvencionaba sus futuras investigaciones científicas.
Y así fue como la tesis de Winniput pasó a ser la explicación oficial del fin del Carnaval.