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11 de Septiembre,  Jujuy, Argentina
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Andando solos

Jueves, 21 de marzo de 2013 19:10

Las perritas saben cuando alguien es confiable. La perrita negra de este cuento, la que se perdió en los cerros tras el rastro del Diablo, supo que el gaucho que trozaba su asado, solo bajo un churqui, era gente de confiar. Los hombres, como los perros, son mejores cuando andan solos, y acaso andan así de buenos nomás.

Como si el gaucho quisiera jugar con la duda, tomó algo del suelo y se lo echó. La perrita, sorprendida, creyó que era una piedra y salió corriendo con el rabo entre las patas, pero al sentir el coro de la risa del gaucho y del olor de la carne, supo que no era para espantarla sino para alagarla, regresó y comió agarrando la carne entre las patas.
Tironeaba y disfrutaba, y de verla comer carne asada con verdadera nostalgia, el gaucho supo que esa perrita negra había sido criada en un hogar, y le dijo: capaz que hayas venido para que ni uno ni otro siga andando solo, pues.
Alguien podría pensar que ese gesto que vino después fue una sonrisa, pero otros dicen que más parecido a una sonrisa fue el gesto de la perrita que el del hombre, ya poco acostumbrado a compartir sus sentimientos.

Tanto es así que, cuando volvió a tomar el cuchillo entre sus manos, la perrita sabía que no era contra ella sino para compartir con ella más de ese asado que freía, feliz, sobre la brasas de esa bella noche estrellada. Y la perrita se echó a comer junto a la bota del gaucho, y la mano del gaucho cayó sobre su cabecita negra y le dijo: dejá que te cuente, perrita, hace mucho que no se lo cuento a nadie.
 

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