Otra cosa peculiar de los carnavales de Guacatola, ese suburbio de Santa Pita que fue aldea, son sus disfraces, dijo el peluquero. Deben ser de una gran originalidad para que le sorprendan, opinó Juan José Ferreira Miranda, a lo que el peluquero, con una sonrisa sarcástica, respondió que lo son.
La cosa es que los guacatoleños imitan, en sus disfraces de carnaval, sus ropas cotidianas, agregó. Siempre pensé que saberse burlar de sí mismo es síntoma de inteligencia, dijo el padrecito. Lo harán muy sutilmente, dijo el peluquero, porque se visten exactamente igual que el resto de los días.
¿Y en qué se dan cuenta que es carnaval?, preguntó Isidoro Ducase. En que para el carnaval lo hacen como todos los días de su vida, le respondió, y el resto de los días lo hacen como lo hicieron siempre. Mire usted, dijo asombrado el menor de los abuelos. Y ustedes vieran el esmero con que los bancarios diseñan sus trajes y los policías sus uniformes, los enfermeros sus guardapolvos y los raperos sus bermudas, describió el peluquero. Si hasta cualquiera diría que es uno más entre todos los días del calendario, sobre todo teniendo en cuenta que en Guacatola adelantan el carnaval a enero por razones turísticas.
Cosas raras las que usted cuenta, dijo el mayor de los abuelos. Tan raras, sentenció el peluquero, que parece que no lo fueran. ¿Y qué es lo que pasó con Inés Alba de la Cruz, la mujer con la que usted viajó a Guacatola?, le preguntó Isidoro Ducase. A eso iba justamente, dijo el peluquero como si hubiera estado a punto de decirlo.