TILCARA (Corresponsal). Para evitar los errores propios de la vanidad, las monjas tenían prohibido tener espejos y retratos, salvo aquel que se les realizaba post mortem. Entonces entraba el pintor, para guardar sus rasgos, al sitio donde se las velaba. En los viejos conventos peruanos se exponen estas obras, pero la imagen de Santa Rosa acompañó la paleta del artista hasta que pudo expresar su mirada mística.
Guardamos dos obras de Medoro sobre la Santa. La primera es su imagen post mortem y respeta el estilo de este tipo de obras, entre otras cosas: su palidez y sus labios levemente distendidos. La segunda se inspira en la primera, pero tiene los atributos con que se la canonizó: el Niño de su desposorio en una mano y el ancla en la otra, y colores en sus cachetes. Hay una tercera, que se le atribuye, y que es de una belleza inusual.
El nombre de Rosa, hasta su confirmación, fue Isabel Flores de Oliva. Había nacido un 30 de abril de 1586 para fallecer a los 31 años. Canonizada en 1671, fue terciaria en la orden dominica. Dicen que la mortificó el nombre de Rosa con que la confirmara San Toribio de Mogrovejo. Era un nombre más vinculado a la belleza terrenal, pero que la Virgen del Rosario y el Niño le sostuvieron en sendas visiones místicas.
Su primer biógrafo fue su confesor, fray Pedro de Loaiza. Por él sabemos que vivió en una ermita que levantara en un extremo del huerto de su casa. Dicen que fue muy hermosa y que rechazo a numerosos pretendientes. Algunas versiones sostienen que ayudó a San Martín de Porres en sus curaciones.
Dos años antes de morir, con motivo de un ataque corsario a Lima, subió al altar para proteger al Cristo de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario. A los pocos días fallece el capitán pirata, hecho que se le atribuye milagrosamente a Rosa. Por ello su imagen lleva en la mano un ancla que sostiene la ciudad o una iglesia.
El domingo de Ramos de 1617, el último de su vida terrena, se sintió llamada a desposorio por el Niño Jesús de la Virgen del Rosario, por lo que en su mano derecha lleva su imagen. Cuando fuera llevada hasta su último descanso, se dice que se le tuvo que cambiar tres veces de hábito porque la multitud los arrancaba para guardar las reliquias. De entonces es el primer retrato que se tiene de ella, realizado por el pintor italiano Angelino Medoro. El pintor había llegado a Lima en el año 1600.
Hoy hay más de mil retratos. Además de los de Medoro, reprodujeron su imagen Francisco de Zurbarán, Claudio Coello, Daniel Hernández, Teófilo Castillo, Francisco González y Sérvulo Gutiérrez.
En Purmamarca
Uno de los más recientes fue realizado en arcilla por Claudia Esperanza Jeréz en la localidad de Purmamarca, de donde la Santa es patrona. Este año, nos cuenta que esta imagen participará de la procesión de su pueblo. Habrá que subrayar que su rostro es casi idéntico al segundo de los retratos de Medoro.
La obra, según nos lo ha contado su autora, la realizó copiando una serie de fotografías para respetar la imagen que se venera en la iglesia purmamarqueña. “Cerca de la fiesta patronal”, nos dice, “hay un día en el que la bajan para cambiarle la ropita. Ahí tuvimos oportunidad de fotografiarle la cara. Tiene una expresión muy particular en los ojos, y es eso lo que intenté lograr”.
Claudia nos explicó, también, que la textura del mantón del Niño, así como de los puños, los hombros y el cuello de la Santa, las hizo cuando la arcilla estaba aún húmeda, poniéndole una puntilla que reprodujo ese detalle. De este modo, la obra guarda el estilo de los decorados que doña Barbarita Cruz realizara para los ángeles de sus pesebres.
Esta Santa Rosa de arcilla está pintada con engobe natural, salvo los dorados que son de esmalte sintético. El grisáceo del rostro, nos explica la ceramista, fue logrado por el aserrín mezclado con el barro que, a la hora de la cocción, despide un humo que tiñe la pieza. Así, el rostro de Santa Rosa de Lima sigue reflejando el éxtasis de su experiencia mística.
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TILCARA (Corresponsal). Para evitar los errores propios de la vanidad, las monjas tenían prohibido tener espejos y retratos, salvo aquel que se les realizaba post mortem. Entonces entraba el pintor, para guardar sus rasgos, al sitio donde se las velaba. En los viejos conventos peruanos se exponen estas obras, pero la imagen de Santa Rosa acompañó la paleta del artista hasta que pudo expresar su mirada mística.
Guardamos dos obras de Medoro sobre la Santa. La primera es su imagen post mortem y respeta el estilo de este tipo de obras, entre otras cosas: su palidez y sus labios levemente distendidos. La segunda se inspira en la primera, pero tiene los atributos con que se la canonizó: el Niño de su desposorio en una mano y el ancla en la otra, y colores en sus cachetes. Hay una tercera, que se le atribuye, y que es de una belleza inusual.
El nombre de Rosa, hasta su confirmación, fue Isabel Flores de Oliva. Había nacido un 30 de abril de 1586 para fallecer a los 31 años. Canonizada en 1671, fue terciaria en la orden dominica. Dicen que la mortificó el nombre de Rosa con que la confirmara San Toribio de Mogrovejo. Era un nombre más vinculado a la belleza terrenal, pero que la Virgen del Rosario y el Niño le sostuvieron en sendas visiones místicas.
Su primer biógrafo fue su confesor, fray Pedro de Loaiza. Por él sabemos que vivió en una ermita que levantara en un extremo del huerto de su casa. Dicen que fue muy hermosa y que rechazo a numerosos pretendientes. Algunas versiones sostienen que ayudó a San Martín de Porres en sus curaciones.
Dos años antes de morir, con motivo de un ataque corsario a Lima, subió al altar para proteger al Cristo de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario. A los pocos días fallece el capitán pirata, hecho que se le atribuye milagrosamente a Rosa. Por ello su imagen lleva en la mano un ancla que sostiene la ciudad o una iglesia.
El domingo de Ramos de 1617, el último de su vida terrena, se sintió llamada a desposorio por el Niño Jesús de la Virgen del Rosario, por lo que en su mano derecha lleva su imagen. Cuando fuera llevada hasta su último descanso, se dice que se le tuvo que cambiar tres veces de hábito porque la multitud los arrancaba para guardar las reliquias. De entonces es el primer retrato que se tiene de ella, realizado por el pintor italiano Angelino Medoro. El pintor había llegado a Lima en el año 1600.
Hoy hay más de mil retratos. Además de los de Medoro, reprodujeron su imagen Francisco de Zurbarán, Claudio Coello, Daniel Hernández, Teófilo Castillo, Francisco González y Sérvulo Gutiérrez.
En Purmamarca
Uno de los más recientes fue realizado en arcilla por Claudia Esperanza Jeréz en la localidad de Purmamarca, de donde la Santa es patrona. Este año, nos cuenta que esta imagen participará de la procesión de su pueblo. Habrá que subrayar que su rostro es casi idéntico al segundo de los retratos de Medoro.
La obra, según nos lo ha contado su autora, la realizó copiando una serie de fotografías para respetar la imagen que se venera en la iglesia purmamarqueña. “Cerca de la fiesta patronal”, nos dice, “hay un día en el que la bajan para cambiarle la ropita. Ahí tuvimos oportunidad de fotografiarle la cara. Tiene una expresión muy particular en los ojos, y es eso lo que intenté lograr”.
Claudia nos explicó, también, que la textura del mantón del Niño, así como de los puños, los hombros y el cuello de la Santa, las hizo cuando la arcilla estaba aún húmeda, poniéndole una puntilla que reprodujo ese detalle. De este modo, la obra guarda el estilo de los decorados que doña Barbarita Cruz realizara para los ángeles de sus pesebres.
Esta Santa Rosa de arcilla está pintada con engobe natural, salvo los dorados que son de esmalte sintético. El grisáceo del rostro, nos explica la ceramista, fue logrado por el aserrín mezclado con el barro que, a la hora de la cocción, despide un humo que tiñe la pieza. Así, el rostro de Santa Rosa de Lima sigue reflejando el éxtasis de su experiencia mística.
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