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Acompañamiento emocional en la Educación

Educar la mente sin nutrir el corazón es como construir una casa sin cimientos.
Viernes, 27 de junio de 2025 15:10

En el ajetreado mundo actual, donde la información fluye a una velocidad vertiginosa y la competitividad académica a menudo parece ser la única métrica de éxito, corremos el riesgo de olvidar una dimensión fundamental en el proceso educativo: el corazón. No se trata solo de acumular conocimientos, dominar fórmulas o memorizar fechas; la verdadera educación, la que forma individuos plenos y capaces de enfrentar los desafíos de la vida, implica un profundo acompañamiento emocional.

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En el ajetreado mundo actual, donde la información fluye a una velocidad vertiginosa y la competitividad académica a menudo parece ser la única métrica de éxito, corremos el riesgo de olvidar una dimensión fundamental en el proceso educativo: el corazón. No se trata solo de acumular conocimientos, dominar fórmulas o memorizar fechas; la verdadera educación, la que forma individuos plenos y capaces de enfrentar los desafíos de la vida, implica un profundo acompañamiento emocional.

Desde temprana edad, los niños son bombardeados con expectativas y presiones. Aprender a leer, a escribir, a resolver problemas matemáticos se convierte en el foco principal. Y si bien estas habilidades son innegablemente cruciales, ¿qué sucede con el desarrollo de su inteligencia emocional? ¿Dónde queda el espacio para comprender y gestionar sus sentimientos, para desarrollar empatía, resiliencia y autoconocimiento?

Educar la mente sin nutrir el corazón es como construir una casa sin cimientos. Podrá parecer impresionante por fuera, pero será frágil y vulnerable ante la primera tormenta. Un estudiante que se siente ansioso, frustrado, incomprendido o desmotivado difícilmente podrá desplegar todo su potencial académico. Sus barreras emocionales se convertirán en obstáculos infranqueables para el aprendizaje, por más brillantes que sean sus docentes o por más innovadores que sean los métodos de enseñanza.

El acompañamiento emocional en los procesos educativos no es una moda pasajera ni un "extra" opcional. Es una necesidad imperante. Implica que los educadores, padres y tutores se conviertan en verdaderos guías, capaces de escuchar activamente, validar sentimientos y ofrecer herramientas para la gestión emocional. Significa crear entornos donde los errores sean vistos como oportunidades de aprendizaje, donde la vulnerabilidad sea aceptada y donde cada niño o joven se sienta seguro para expresar sus emociones sin temor a ser juzgado.

Fomentar la inteligencia emocional desde las aulas tiene beneficios incalculables. Los estudiantes que son conscientes de sus emociones y saben cómo manejarlas son más propensos a desarrollar una mejor salud mental, a construir relaciones interpersonales más sanas y a superar la adversidad con mayor fortaleza. Se convierten en individuos más empáticos, compasivos y, en última instancia, en ciudadanos más responsables y comprometidos con su entorno.

En este sentido, la tarea de educar se amplía y enriquece. Dejamos de ser meros transmisores de información para convertirnos en arquitectos de almas, cultivadores de mentes y corazones. Es un desafío que requiere formación, sensibilidad y, sobre todo, una profunda convicción de que el bienestar emocional de nuestros estudiantes es tan vital como su desarrollo cognitivo.

Al final del día, lo que recordaremos no serán solo las fórmulas que aprendimos, sino las experiencias que nos formaron, las palabras de aliento que nos impulsaron y la sensación de ser comprendidos. Educar la mente es necesario, pero educar el corazón es formar seres humanos completos, capaces de pensar críticamente, sentir profundamente y vivir plenamente. Y en esa sinergia reside la verdadera revolución educativa que tanto necesitamos. 

Por Carmen Amador

DNI:18843357

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