En el marco del 8 de noviembre, Día Mundial del Urbanismo, y bajo el lema "Arquitectura, Historia, Urbanismo, Cultura, Territorio, Género y Naturaleza: relaciones esenciales para construir", mis felicitaciones a la presidenta Elena Bardi, a la vicepresidenta Rosanna Galli y a los miembros del Colegio de Arquitectos por las valiosas propuestas de esta semana. Agradezco la invitación a participar y, en especial, haber compartido la conferencia del arquitecto Ian Dutari, referente académico y profesional reconocido internacionalmente.
Como psicóloga, me pregunté si ese era mi lugar y qué significaba "Cartografía del pensamiento proyectual". Y allí surgió algo maravilloso:
Todos los lugares son nuestros, porque ser sociedad implica tener derecho a pertenecer; la exclusión se diluye cuando concebimos la complejidad de ser seres humanos.
Poder decir con orgullo "no sé". En un mundo lleno de quienes creen que saben, el "no sé" es la base del aprendizaje. Es sentir la chispa, el fuego, el hambre de saber.
Y como no sabía, busqué. Descubrí que esa expresión alude a una forma de pensamiento orientada a imaginar, concebir y dar forma a algo que aún no existe; el modo en que una idea se transforma en proyecto, uniendo intuición, análisis, creatividad, técnica y sentido.
Vivimos en una época de inercia paradigmática: aún respiramos la lógica fragmentaria y mecanicista heredera de la física newtoniana y del pensamiento positivista. Una mirada que separa mente de cuerpo, sujeto de objeto, arte de ciencia, razón de emoción. El resultado es una humanidad hiperespecializada, que mide pero no comprende, que calcula pero no habita.
Desde la psicología de la complejidad, autores como Edgar Morin (1990) proponen recuperar una visión ecológica del conocimiento, donde todo fenómeno se comprende en su red de vínculos y recursividades. Salud, educación, economía y arquitectura comparten una misma trama: la del habitar humano.
Pensar desde la complejidad es reconocer que el espacio no es neutro, sino un organismo vivo que afecta y refleja los procesos psíquicos, biológicos y sociales.
Todo acto de habitar es, en esencia, un acto de salud: el espacio puede enfermar o sanar según cómo se lo viva y se lo piense (Arraya, 2025).
La física clásica concibió el universo como una máquina predecible; la física cuántica reveló que la materia es vibración, relación y posibilidad (Capra, 1975). Del mismo modo, la arquitectura -y la salud mental- se transforman cuando pasamos de pensar en estructuras rígidas a pensar en campos de energía y sentido.
El espacio no es un mero contenedor: es una presencia interactiva que influye en el ánimo, la conducta y la conciencia. Cada lugar es una matriz simbólica y biológica que modela la experiencia del habitar. "El dibujo no copia la realidad, la produce; el territorio no se conquista, se conversa. Dibujar es pensar en diálogo con la materia" (Dutari, 2025). Para Edmund Husserl, la fenomenología es el camino de retorno "a las cosas mismas": a la experiencia vivida como fuente del conocimiento (Husserl, 1931). En ese gesto, el arquitecto -como el psicólogo o el filósofo- suspende las categorías preestablecidas y observa lo que el fenómeno le revela. Así, la arquitectura se vuelve fenomenología del espacio, estudio de cómo la conciencia percibe, se orienta y se transforma en relación con su entorno. Kant, por su parte, concibió el espacio y el tiempo como formas a priori de la sensibilidad, condiciones internas de toda experiencia posible (Kant, 1781/2009). Desde esa perspectiva, habitar es una forma de conocimiento: el ser humano no solo ocupa un lugar, sino que configura el espacio a partir de su mente y su sensibilidad.
La arquitectura no es solo incumbencia de municipios o constructoras: es un acto político y cultural cotidiano. Cada persona, con su modo de transitar, decorar, limpiar o mirar un lugar, co-crea el tejido simbólico y emocional de la ciudad. Pensar la arquitectura desde la gente común -desde el barrio, la plaza, la escuela o el hospital- es devolverle su función de mediadora del bienestar.
"El pensamiento proyectual no se enseña: se cultiva. Es la conciencia de que cada línea que trazamos modifica el modo en que vivimos" (Dutari, 2025).
Repensar la arquitectura desde una mirada psicológica, filosófica y cuántica es recuperar el poder del habitar consciente. La ciudad -esa gran mente colectiva- es extensión de nuestra salud interior. Allí donde la arquitectura se vuelve experiencia, lo humano florece. (Pamela Arraya, licenciada en Psicología).