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Péndulo ideológico que no resuelve el problema central

Lunes, 22 de diciembre de 2025 00:00

La victoria en Chile de José Antonio Kast no es un hecho aislado ni exclusivamente nacional. Es una pieza más de un fenómeno regional que atraviesa a América Latina desde hace varios años: el avance de gobiernos de derecha y centroderecha como respuesta al desgaste de proyectos progresistas que no lograron resolver los problemas estructurales del continente. El nuevo mapa político-ideológico de la región se explica menos por una adhesión doctrinaria a la derecha y más por el fracaso acumulado de distintos gobiernos para ofrecer un horizonte claro de desarrollo, inserción internacional y bienestar sostenible. Ya Noam Chomsky -destacado intelectual estadounidense-, había criticado en 2017 a los gobiernos de izquierda en América Latina, no por ser populistas en sí, sino por fallar en construir economías sostenibles más allá del boom más reciente de las materias primas, caer en la corrupción y no generar cambios estructurales profundos, desilusionando a sus bases y abriendo la puerta a la regresión; si bien reconoció logros iniciales, citando con más énfasis el caso del Brasil de Lula, subrayó que la gente se rebela contra las élites, pero estos gobiernos desaprovecharon la oportunidad, convirtiéndose en parte de esas élites y creando un modelo dañino.

Desde México hasta el Cono Sur, América Latina oscila políticamente sin alterar el núcleo de sus problemas. Cambian los gobiernos, cambian los discursos, pero la estructura económica permanece intacta. La región sigue ocupando un lugar subordinado en la división internacional del trabajo: exportadora de materias primas, dependiente de ciclos de precios internacionales y con escaso valor agregado. Ni los gobiernos de izquierda ni los de derecha lograron romper esa lógica. Cuando los precios de los commodities (materias primas) son altos, hay margen fiscal y estabilidad política; cuando caen, emergen el ajuste, el endeudamiento y el malestar social. Si no recordemos el "boom de los commodities" que empezó fuerte en 2003, fue un superciclo global de precios elevados para alimentos, energía y metales, impulsado principalmente por la gigantesca demanda de China, marcando un renacimiento para economías exportadoras como las de América Latina, con altos ingresos, pero también riesgos de "primarización" (dependencia de materias primas). Este auge, que duró hasta alrededor de 2014, generó crecimiento económico y mejoras sociales, pero también expuso vulnerabilidades por falta de inversión en diversificación.

La victoria de Kast se inscribe en ese cansancio. En Chile, como en otros países, la promesa de transformación profunda chocó contra límites reales: bajo crecimiento, inseguridad creciente, migraciones desordenadas y una percepción extendida de que el Estado no logra controlar ni orientar los procesos económicos y sociales. La derecha capitaliza ese descontento ofreciendo orden, previsibilidad y autoridad, aun cuando no proponga una salida estructural distinta al modelo primario-exportador, o un tibio avance en la cadena de valor de sus productos más destacados, que no alcanza para cubrir las demandas y expectativas de las mayorías.

El giro a la derecha en la región también tiene una raíz clara en la corrupción. La corrupción en América Latina representa una pérdida económica masiva, estimada por el BID en hasta el 4.4% del PIB regional (unos US$220,000 millones anuales) debido a ineficiencias en gasto público (salud, educación, infraestructura) y compras gubernamentales, mientras que la ONU señala pérdidas globales del 5% del PIB y 25% del gasto público, impactando directamente en falta de recursos para servicios básicos y oportunidades, afectando a millones de ciudadanos que pagan sobornos, como lo reportó Transparencia Internacional.

En muchos países, los proyectos progresistas que llegaron al poder con discursos de inclusión y justicia social terminaron erosionados por escándalos, clientelismo y falta de transparencia. La corrupción no solo vació de legitimidad a esos gobiernos, sino que debilitó al Estado, redujo la confianza social y alimentó una reacción política que hoy se expresa en opciones conservadoras o de derecha dura.

Argentina, Bolivia, Chile, Perú, Ecuador muestran con matices la misma secuencia: expectativas de cambio, frustración económica, crisis de gobernabilidad y desplazamiento del electorado hacia opciones que prometen control y eficiencia. Pero este péndulo ideológico no resuelve el problema central: la incapacidad de la región para definir un proyecto propio de desarrollo, un plan o un propósito. Sin una estrategia de industrialización, innovación tecnológica, integración regional real y diversificación productiva, los gobiernos -sean de izquierda o de derecha- terminan administrando la escasez o el rebote coyuntural. La integración comercial de América Latina es relativamente baja, con el comercio intrarregional representando aproximadamente el 15% de sus exportaciones totales, muy por debajo de regiones como Asia (50%). Sin embargo, existen disparidades, siendo Centroamérica la subregión más integrada (alrededor del 30%). Los obstáculos incluyen altos costos logísticos, aranceles (promedio del 9%) y fragmentación política.

Sin embargo, la derecha que emerge hoy en América Latina no es homogénea. Conviven expresiones liberales clásicas, liderazgos conservadores y proyectos de derecha dura con fuerte énfasis en seguridad, migración y orden público. Pero todas comparten un punto en común: se presentan como alternativa a un progresismo que, tras años en el poder, no logró modificar la dependencia estructural de los commodities ni reducir de manera sostenida la desigualdad.

La paradoja es evidente: la región discute modelos políticos mientras no discute su inserción en el mundo. China, Estados Unidos y Europa redefinen sus estrategias globales, y América Latina sigue reaccionando, sin coordinarse, sin integrarse productivamente y sin aprovechar su potencial. En ese vacío estratégico crecen la frustración social, la polarización y el voto castigo.

Mientras la región no resuelva su lugar en la economía global, no rompa la dependencia de los recursos primarios y no combata seriamente la corrupción, el péndulo político seguirá oscilando. El problema no es quién gobierna, sino para qué y con qué proyecto. Sin esa respuesta, América Latina seguirá cambiando de signo político sin cambiar de destino.

(*) El licenciado en Relaciones Internacionales Alejandro G. Safarov es director de la carrera de Relaciones Internacionales de la Ucse Jujuy, miembro del Departamento de América Latina y el Caribe del IRI- Universidad Nacional de La Plata e integrante del Consejo Federal de Estudios Internacionales (Cofei).

 

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